Cuento II: Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que
estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera,
muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de
hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a
Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a
muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen
entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis
pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó
Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un
hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo
Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años,
era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa,
el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los
tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos
para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo
entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus
negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y
así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien,
aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca
experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el
padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le
molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré
para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y,
sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras
empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y
vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían
los dos allí para comprar algunas
cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la
carga. Y
camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se
encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los
saludos
habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a
decir entre
ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los
dos
caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre,
al
oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos
hombres,
contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga,
no era
muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su
hijo que
subiese en la cabalgadura.
»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los
cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación
del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría
caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre
a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían
tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó
él sobre el animal.
»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre,
pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando,
mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie.
Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos
otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente
el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno
caminase a pie.
»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a
decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía
soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El
buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho
aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el
padre se dirigió al hijo con estas palabras:
»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a
pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino.
Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no
tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú
dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que
dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo
subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con
otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la
bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos
últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única
bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido
así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las
gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos
criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir
yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo
critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos,
pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas,
siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo
que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no
saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos,
que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso,
si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te
beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo
malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a
su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.
»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer,
temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo
hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que
os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis
engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes
sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no
encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer
y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden
posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después
los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de
hacerlos por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue
muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo
estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Cuento VI: Lo que sucedió a la golondrina con los
otros pájaros cuando vio sembrar el
lino
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, me han asegurado que unos nobles, que son vecinos míos y mucho más
fuertes que yo, se están juntando contra mí y, con malas artes, buscan la manera
de hacerme daño; yo no lo creo ni tengo miedo, pero, como confío en vos, quiero
pediros que me aconsejéis si debo estar preparado contra ellos.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio- para que podáis hacer lo que en este
asunto me parece más conveniente, me gustaría mucho que supierais lo que sucedió
a la golondrina con las demás aves.
El conde le preguntó qué había ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio- la golondrina vio que un hombre sembraba
lino y, guiada por su buen juicio, pensó que, cuando el lino creciera, los
hombres podrían hacer con él redes y lazos para cazar a los pájaros.
Inmediatamente se dirigió a estos, los reunió y les dijo que los hombres habían
plantado lino y que, si llegara a crecer, debían estar seguros de los peligros y
daños que ello suponía. Por eso les aconsejó ir a los campos de lino y
arrancarlo antes de que naciese. Les hizo esa propuesta porque es más fácil
atacar los males en su raíz, pero después es mucho más difícil. Sin embargo, las
demás aves no le dieron ninguna importancia y no quisieron arrancar la simiente.
La golondrina les insistió muchas veces para que lo hicieran, hasta que vio cómo
los pájaros no se daban cuenta del peligro ni les preocupaba; pero, mientras
tanto, el lino seguía encañando y las aves ya no podían arrancarlo con sus picos
y patas. Cuando los pájaros vieron que el lino estaba ya muy crecido y que no
podían reparar el daño que se les avecinaba, se arrepintieron por no haberle
puesto remedio antes, aunque sus lamentaciones fueron inútiles pues ya no podían
evitar su mal.
»Antes de esto que os he contado, viendo la golondrina que los demás pájaros
no querían remediar el peligro que los amenazaba, habló con los hombres, se
puso bajo su protección y ganó tranquilidad y seguridad para sí y para su
especie. Desde entonces las golondrinas viven seguras y sin daño entre los
hombres, que no las persiguen. A las demás aves, que no supieron prevenir el
peligro, las acosan y cazan todos los días con redes y lazos.
»Y vos, señor Conde Lucanor, si queréis evitar el daño que os amenaza, estad
precavido y tomad precauciones antes de que sea ya demasiado tarde: pues no es
prudente el que ve las cosas cuando ya suceden o han ocurrido, sino quien por un
simple indicio descubre el peligro que corre y pone soluciones para evitarlo.
Al conde le agradó mucho este consejo, actuó de acuerdo con él y le fue muy
bien.
Como don Juan vio que este era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e
hizo unos versos que dicen así:
Los males al comienzo debemos arrancar,
porque una vez crecidos, ¿quién los atajará?
porque una vez crecidos, ¿quién los atajará?
Cuento VII: Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña Truhana
Otra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera:
-Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y también me ha dicho la forma
de conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de
Dios pudiera salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los
beneficios se ligan unos con otros, de tal forma que al final serán muy grandes.
Y entonces le contó a Patronio cuanto él sabía. Al oírlo Patronio, contestó
al conde:
-Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que el prudente se atiene a las
realidades y desdeña las fantasías, pues muchas veces a quienes viven de ellas
les suele ocurrir lo que a doña Truhana.
El conde le preguntó lo que le había pasado a esta.
-Señor conde -dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba doña Truhana,
que era más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla
de miel en la cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería
la miel y que, con lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los
cuales nacerían gallinas, y que luego, con el dinero que le diesen por las
gallinas, compraría ovejas, y así fue comprando y vendiendo, siempre con
ganancias, hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas.
»Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas, y
que iría acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos
comentarían su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque
había nacido muy pobre.
»Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte
y, riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se
rompió en mil pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida
por el suelo, empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente porque había
perdido todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera
roto. Así, porque puso toda su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo
que esperaba y deseaba tanto.
»Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean
realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no
fantasías o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún
negocio, no arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor,
por conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación.
Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con la
historia y, así, le fue muy bien.
Y como a don Juan le gustó este cuento, lo hizo escribir en este libro y
compuso estos versos:
En realidades ciertas os podéis confiar,
mas de las fantasías os debéis alejar.
mas de las fantasías os debéis alejar.
Cuento X: Lo que ocurrió a un hombre que por
pobreza y falta de otro alimento comía
altramuces
Otro día hablaba el Conde Lucanor con Patronio de este modo:
-Patronio, bien sé que Dios me ha dado tantos bienes y mercedes que yo no
puedo agradecérselos como debiera, y sé también que mis propiedades son ricas y
extensas; pero a veces me siento tan acosado por la pobreza que me da igual la
muerte que la vida. Os pido que me deis algún consejo para evitar esta congoja.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que encontréis consuelo cuando eso
os ocurra, os convendría saber lo que les ocurrió a dos hombres que fueron muy
ricos.
El conde le pidió que le contase lo que les había sucedido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, uno de estos hombres llegó a tal
extremo de pobreza que no tenía absolutamente nada que comer. Después de mucho
esforzarse para encontrar algo con que alimentarse, no halló sino una escudilla
llena de altramuces. Al acordarse de cuán rico había sido y verse ahora
hambriento, con una escudilla de altramuces como única comida, pues sabéis que
son tan amargos y tienen tan mal sabor, se puso a llorar amargamente; pero, como
tenía mucha hambre, empezó a comérselos y, mientras los comía, seguía llorando y
las pieles las echaba tras de sí. Estando él con este pesar y con esta pena,
notó que a sus espaldas caminaba otro hombre y, al volver la cabeza, vio que el
hombre que le seguía estaba comiendo las pieles de los altramuces que él había
tirado al suelo. Se trataba del otro hombre de quien os dije que también había
sido rico.
»Cuando aquello vio el que comía los altramuces, preguntó al otro por qué se
comía las pieles que él tiraba. El segundo le contestó que había sido más rico
que él, pero ahora era tanta su pobreza y tenía tanta hambre que se alegraba
mucho si encontraba, al menos, pieles de altramuces con que alimentarse. Al oír
esto, el que comía los altramuces se tuvo por consolado, pues comprendió
que había otros más pobres que él, teniendo menos motivos para desesperarse. Con
este consuelo, luchó por salir de su pobreza y, ayudado por Dios, salió de ella
y otra vez volvió a ser rico.
»Y vos, señor Conde Lucanor, debéis saber que, aunque Dios ha hecho el mundo
según su voluntad y ha querido que todo esté bien, no ha permitido que nadie lo
posea todo. Mas, pues en tantas cosas Dios os ha sido propicio y os ha dado
bienes y honra, si alguna vez os falta dinero o estáis en apuros, no os pongáis
triste ni os desaniméis, sino pensad que otros más ricos y de mayor dignidad que
vos estarán tan apurados que se sentirían felices si pudiesen ayudar a sus
vasallos, aunque fuera menos de lo que vos lo hacéis con los vuestros.
Al conde le agradó mucho lo que dijo Patronio, se consoló y, con su esfuerzo
y con la ayuda de Dios, salió de aquella penuria en la que se encontraba.
Y viendo don Juan que el cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro e
hizo los versos que dicen así:
Por padecer pobreza nunca os desaniméis,
porque otros más pobres un día encontraréis.
porque otros más pobres un día encontraréis.
Cuento XIX: Lo que sucedió a los cuervos con los búhos
Hablaba otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:
-Patronio, estoy en lucha con un enemigo muy poderoso, que tenía en su casa a
un pariente que se había criado con él y a quien había favorecido muchas veces.
Una vez, por una disputa entre ellos, mi enemigo causó graves daños y deshonró a
su pariente que, aunque le estaba muy obligado, pensando en aquellas ofensas y
buscando la forma de vengarse, desea aliarse conmigo. Creo que me sería hombre
muy útil, pues podría aconsejarme el mejor modo de hacerle daño a mi enemigo, ya
que lo conoce muy bien. Por la gran confianza que me merecéis y por vuestro buen
sentido, os ruego que me aconsejéis el modo de solucionar esta duda.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, lo primero que debo deciros es que
ciertamente este hombre ha venido a vos para engañaros, y, para que sepáis cómo
lo intentará conseguir, me gustaría que supierais lo que sucedió a los cuervos
con los búhos.
El conde le preguntó lo que había sucedido en este caso.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, los cuervos y los búhos estaban en
guerra entre sí, pero los cuervos llevaban la peor parte porque los búhos, que
sólo salen de noche y de día permanecen escondidos en lugares muy ocultos,
volaban al amparo de la oscuridad hasta los árboles donde se cobijaban los
cuervos, golpeando o matando a cuantos podían. Como los cuervos sufrían tanto,
uno de ellos muy experimentado, al ver el grave daño que recibían los suyos,
habló con sus parientes los cuervos y encontró un medio para vengarse de sus
enemigos los búhos.
»Este era el medio que pensó y puso en práctica: los cuervos le arrancaron
las plumas, excepto alguna de las alas, por lo que volaba muy poco y mal. Así,
lleno de heridas, se fue con los búhos, a los que contó el mal y el daño que le
habían causado los cuervos porque él no quería la guerra contra los búhos, por
lo cual, si ellos lo aceptaban como compañero, estaba dispuesto a decirles las
mejores maneras para vengarse de los cuervos y hacerles mucho daño.
»Los búhos, al oírlo, se pusieron contentos porque pensaban que con este
aliado podrían derrotar a sus enemigos los cuervos, con lo cual empezaron a
tratarlo muy bien y le hicieron partícipe de sus planes secretos y de sus
proyectos para la lucha.
»Sin embargo, había entre los búhos uno que era muy viejo y que tenía mucha
experiencia que, cuando se enteró de lo del cuervo, descubrió el engaño que les
preparaba y fue a explicárselo al cabecilla de los búhos, diciéndole que, con
toda seguridad, aquel cuervo se les había unido para conocer sus planes y
preparar su derrota, por lo que debía alejarlo de allí inmediatamente. Pero este
experimentado búho no consiguió que sus hermanos le hicieran caso, por lo cual,
al ver que no lo creían, se alejó de ellos y se fue a vivir a un lugar donde los
cuervos no pudieran encontrarlo.
»Los búhos, no obstante, siguieron confiando en el cuervo. Cuando le
crecieron otra vez las plumas, dijo a los búhos que, pues ya podía volar, iría
en busca de los cuervos para decirles dónde estaban y, de esta manera, reunidos
todos los búhos, podrían acabar con sus enemigos los cuervos, cosa que les
agradó mucho.
»Al llegar el cuervo donde estaban sus hermanos, se juntaron todos y, como
sabían los planes de los búhos, los atacaron de día, cuando ellos no vuelan y
están tranquilos y sin recelo, y destrozaron y mataron a tantos búhos que los
cuervos quedaron como únicos vencedores.
»Así les sucedió a los búhos, por fiarse del cuervo que es, por naturaleza
enemigo suyo.
»Vos, señor Conde Lucanor, pues sabéis que este hombre que quiere aliarse con
vos debe vasallaje a vuestro enemigo, por lo cual él y toda su familia son
vuestros enemigos también, os aconsejo que lo apartéis de vuestra compañía
porque es seguro que pretende engañaros y busca vuestro mal. Pero si él os
quiere servir desde fuera de vuestras tierras, de modo que nunca conozca
vuestros planes ni pueda perjudicaros y verdaderamente hiciera tanto daño a
aquel enemigo vuestro que nunca pudiera hacer las paces con él, entonces podréis
confiar en ese pariente despechado, haciéndolo siempre con cautela para que no
os pueda resultar peligroso.
El conde pensó que este era un buen consejo, obró según él y le fue muy
provechoso.
Y como don Juan comprendió que se trataba de un cuento muy bueno, lo mandó
escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:
Al que antes tu enemigo solía ser
ni en nada ni nunca le debes creer.
ni en nada ni nunca le debes creer.
Cuento XLVIII: Lo que sucedió a uno que probaba a sus amigos
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, tengo muchos amigos, según creo, los cuales me prometen hacer
cuanto me convenga, aunque para ello tengan que arriesgar vida o hacienda, e
incluso me juran que estarán siempre junto a mí a pesar de cualquier peligro.
Como sois de muy agudo entendimiento, os ruego que me digáis de qué manera podré
saber si estos amigos míos harán por mí cuanto dicen.
-Señor Conde Lucanor -respondió Patronio-, un buen amigo es lo mejor y más
preciado del mundo, pero pensad que, cuando vienen necesidades y desventuras,
son muy pocos los que quedan junto a nosotros; además, si el riesgo no es
grande, es difícil saber quién sería verdadero amigo en unas circunstancias
apuradas. Así, para que sepáis qué amigos son los verdaderos, me gustaría que
supierais lo que sucedió a un hombre honrado con un hijo suyo que se jactaba de
tener muchos y leales amigos.
El conde le preguntó qué le había pasado.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, aquel hombre honrado tenía un hijo al
que, entre otras muchas advertencias, siempre le aconsejaba que se esforzara por
conseguir muchos y buenos amigos. El hijo lo hizo así y comenzó a rodearse de
muchos, a los que agasajó y obsequió para ganarse su amistad. Y todos aquellos
le declaraban una y otra vez su amistad, diciéndole que harían por él cuanto
fuera necesario, y que incluso arriesgarían su vida y sus bienes llegada la
ocasión.
»Un día, estando aquel mancebo con su padre, este le preguntó si había
seguido sus consejos y si había ganado muchos amigos. El mancebo le contestó que
tenía muchos y que, sobre todo, había diez de quienes podía asegurar que, ni por
miedo a la misma muerte, lo abandonarían en un lance de peligro para él.
»Cuando el padre escuchó decir esto, le replicó que se sorprendía de que
en tan poco tiempo hubiese ganado tantos y tan fieles amigos, pues él, que
ya era anciano, no tenía más que un amigo y medio. El hijo comenzó a porfiar,
afirmando una y otra vez que era verdad lo que le contaba de sus amigos. Cuando
el padre vio porfiar así a su hijo, le rogó que los probase de este modo: que
matara un cerdo, que lo metiera en un saco y que fuera a casa de cada uno de sus
amigos y les dijera que llevaba a un hombre a quien él había muerto. También
debería decirles que, si su crimen llegaba a ser conocido por la justicia, no
podrían, por nada del mundo, escapar a la muerte ni él ni ninguno de sus
encubridores; y por eso les rogaba que, como eran sus amigos, ocultaran el
cadáver y lo defendieran si fuera necesario.
»Así lo hizo el mancebo y se fue a probar a sus amigos, como su padre le
había mandado. Cuando llegó a casa de cada uno de ellos y les contó el peligro
que corría, todos le dijeron que en otras necesidades le ayudarían, pero no en
esta, porque podrían perder vida y hacienda; y le pidieron, por Dios, que nadie
supiese que había hablado con ellos. Algunos de sus amigos le dijeron que, si
era condenado a muerte, pedirían clemencia para él; otros le aseguraron que,
cuando lo llevaran a ejecutar, estarían con él hasta el último momento y luego
lo enterrarían muy solemnemente.
»Cuando el mancebo hubo probado así a todos sus amigos y ninguno le socorrió,
fue a casa de su padre y le dijo lo que había pasado. Al oírlo, el padre le
respondió que ya había comprobado que más saben quienes mucho han visto y vivido
que los que no tienen ninguna experiencia del mundo o de la vida. Entonces le
dijo otra vez que él no tenía más que amigo y medio, y le mandó que fuese a
probarlos.
»El mancebo fue a probar al que su padre calificaba de medio amigo y llegó a
su casa de noche, con el cerdo a cuestas. Llamó a la puerta y le contó al medio
amigo de su padre la desgracia que le había ocurrido y cómo sus amigos lo habían
abandonado; por último, le rogó que, por la amistad que tenía con su padre, le
ayudase en aquella situación tan peligrosa.
»Cuando el medio amigo escuchó sus palabras, le contestó que no tenía con él
amistad ni trato como para arriesgarse tanto, pero que, sin embargo, por la
estimación que sentía hacia su padre, estaba dispuesto a encubrirlo.
»Y entonces se echó a la espalda el saco con el cerdo muerto, pensando que
era efectivamente un hombre, lo llevó a la huerta y lo enterró en un surco de
coles; volvió a ponerlas como estaban antes, y despidió al mancebo, al que deseó
buena suerte.
»El mancebo regresó a casa de su padre y le contó lo que le había pasado con
su medio amigo. Le mandó su padre que al día siguiente, cuando estuviesen en
concejo, empezara a discutir sobre cualquier asunto con su medio amigo y que,
además de discutir, le diera en el rostro la mayor bofetada que pudiese. El
joven hizo lo que su padre le mandó y, cuando el medio amigo se vio abofeteado
en público, lo miró y le dijo:
»-En verdad, hijo mío, que has obrado muy mal; pero ten por seguro que ni por
esta ofensa ni por otra mayor descubriré las coles de la huerta.
»Cuando el mancebo se lo contó a su padre, este le mandó que probara a quien
consideraba un amigo cabal. El hijo así lo hizo. El mancebo llegó a casa del
amigo de su padre, le contó la falsa historia del muerto y, al oírlo, el hombre
bueno, amigo de su padre, le prometió guardarlo de daño y muerte. Sucedió,
casualmente, que por aquellos días habían muerto a un hombre en aquella ciudad y
no sabían quién era el culpable. Como algunos vieron a aquel joven ir y venir
muchas veces con el saco a cuestas, al amparo de la noche, pensaron que sería él
el asesino.
»Pero ¿para qué extenderse más? El mancebo fue juzgado y condenado a muerte.
El amigo de su padre había hecho cuanto podía para que consiguiera escapar;
pero, cuando vio que era imposible evitar su castigo, declaró ante los jueces
que no quería ser responsable de la muerte de un inocente y, así, les dijo que
aquel mancebo no era el asesino, sino que el matador era el único hijo que él
tenía. Mandó a su hijo que se declarara culpable, cosa que hizo, y fue por ello
ajusticiado. Así escapó de la muerte el joven, gracias al sacrificio del amigo
de su padre.
»Señor Conde Lucanor, ya os he contado cómo se prueban los amigos. Creo que
esta historia nos enseña a reconocer a los buenos amigos, a probarlos antes de
ponernos en un grave peligro confiados en su amistad, y también permite saber
hasta dónde estarán dispuestos a socorrernos cuando fuera necesario. Podéis
estar seguro de que hay algunos amigos verdaderos, pero son muchos más los que
se llaman amigos sólo en la prosperidad y, cuando la fortuna es adversa,
desaparecen.
»Esta historia tiene también la siguiente interpretación espiritual: todos
los hombres creen tener amigos en este mundo, pero, cuando viene la muerte, han
de probarlos en este trance y, por eso, piden consuelo a los seglares, que les
dicen tener ya bastantes preocupaciones propias; los religiosos les prometen
rezos y súplicas por su alma; e incluso su mujer e hijos les contestan
simplemente que los acompañarán hasta la sepultura y que harán por ellos
exequias muy lujosas. Así prueban a quienes tenían como verdaderos amigos. Y
como no hallan en ellos ayuda alguna contra la muerte, se vuelven a Dios, que es
nuestro padre, del mismo modo que el mancebo de la historia se refugió en su
padre, al verse desamparado de quienes creía amigos suyos, y Dios entonces les
manda probar a los santos, que son como medio amigos. Así lo hacen. Tan grandes
son la bondad y piedad de los santos y, sobre todo, el amor de Santa María, que
no dejan de rogar a Cristo por los pecadores. La Virgen María le recuerda a su
hijo cómo fue su Madre y los trabajos que padeció por Él, y los santos le evocan
los dolores, las penas, los tormentos y las persecuciones que sufrieron por su
nombre; y todo esto lo hacen para encubrir nuestros pecados. Y así, aunque hayan
recibido muchas ofensas, no nos descubren ni nos acusan, como no acusó al
mancebo el medio amigo de su padre, a pesar de la bofetada que le dio el hijo de
su amigo.
»Cuando el pecador siente que, a pesar de estas intercesiones, no puede
escapar del castigo eterno, se vuelve a Dios, como volvió el mancebo de la
historia a su padre al comprobar que nadie podía evitar su muerte. Y Dios
Nuestro Señor, como Padre y Amigo verdadero, acordándose del amor que profesa al
hombre, criatura suya, hizo como el buen amigo, pues envió a su Hijo Jesucristo
para que muriese por la redención de nuestras culpas y pecados, aunque Él era
inocente y estaba limpio de falta alguna. Y Jesucristo, como buen hijo, obedeció
a su Padre, y siendo Dios y Hombre verdaderos quiso recibir y padecer la muerte
para, con su sangre, limpiarnos de nuestros pecados.
»Y ahora, señor Conde Lucanor, pensad cuáles de estos amigos son los mejores
y más fieles, y a quiénes debemos ganar y considerar como tales. Al conde le
agradaron mucho estas razones, que encontró claras y excelentes.
Viendo don Juan que este ejemplo era bueno lo mandó escribir en este libro y
compuso estos versos:
Nunca podría el hombre tan buen amigo hallar
sino Dios, que lo quiso con su sangre comprar.
sino Dios, que lo quiso con su sangre comprar.