Me
viene ahora el recuerdo de las noches en la calle de Aribau. Aquellas
noches que corrían como un río negro, bajo los puentes de los días,
y en las que los olores estancados despedían un vaho de fantasmas.
Me
acuerdo de las primeras noches otoñales y de mis primeras
inquietudes en la casa, avivadas con ellas. De las noches de invierno
con sus húmedas melancolías: el crujido de una silla rompiendo el
sueño y el escalofrío de los nervios al encontrar dos pequeños
ojos luminosos - los gato del gato- clavados en los míos. En
aquellas heladas horas hubo algunos momentos en que la vida rompió
delante de mis ojos todos sus pudores y apareció desnuda, gritando
intimidades tristes, que para mí eran sólo espantosas. Intimidades
que la mañana se encargaba de borrar, como si nunca hubieran
existido... Más tarde vinieron las noches de verano. Dulces y
espesas noches mediterráneas sobre Barcelona, con su decorado zumo
de luna, con su húmedo olor de nereidas que peinasen cabellos de
agua sobre las blancas espaldas, sobre la escamosa cola de oro. En
alguna de esas noches calurosas, el hambre, la tristeza y la fuerza
de mi juventud me llevaron a un delirio de sentimiento, a una
necesidad física de ternura, ávida y polvorienta como la tierra
quemada presintiendo la tempestad.
A
primera hora, cuando me extendía, cansada sobre el colchón, venía
el dolor de cabeza, vacío y bordoneante, atormentando mi cráneo.
Tenía que tenderme con la cabeza baja, sin almohada, pera sentirlo
encalmarse lentamente, cruzado por mil ruidos familiares de la calle
y de la casa.
Así,
el sueño iba llegando en oleadas cada vez más perezosas hasta el
hondo y completo olvido de mi cuerpo y de mi alma. Sobre mí el calor
lanzaba su aliento, irritante como jugo de ortigas, hasta que
oprimida, como en una pesadilla, volvía a despertarme otra vez.
Silencio
absoluto. En la calle, de cuando en cuando, los pasos del vigilante.
Mucho más arriba de los balcones, de los tejados y las azoteas, el
brillo de los astros.
La
inquietud me hacía saltar de la cama, pues estos luminosos hilos
impalpables que vienen del mundo sideral obraban en mí con fuerzas
imposibles de precisar, pero reales.
Me
acuerdo de una noche en que había luna. Yo tenía excitados los
nervios después de un día demasiado movido. Al levantarme de la
Gama vi que en el espejo de Angustias estaba toda mi habitación
llena de un color de seda gris, y allí mismo, una larga sombra. Me
acerqué y el espectro se acercó conmigo. Al fin alcancé a ver
mi propia cara desdibujada sobre el camisón de hilo. Un camisón
de hilo antiguo -suave por el roce del tiempo- cargado de pesados
encajes, que muchos años atrás había usado mi madre. Era una
rareza estarme contemplando así, casi sin verme, con los ojos
abiertos. Levanté la mano para tocarme las facciones, que
parecían escapárseme, y allí surgieron unos dedos largos, más
pálidos que el rostro, siguiendo las líneas de las cejas, la nariz,
las mejillas conformadas según la estructura de los huesos. De todas
maneras, yo misma, Andrea, estaba viviendo entre las sombras y
las pasiones que me rodeaban. A veces llegaba a dudarlo.
Aquella
misma tarde había sido la fiesta de Pons.
Durante
cinco días había yo intentado almacenar ilusiones para esa
escapatoria de mi vida corriente. Hasta entonces me había sido fácil
dar la espalda a lo que quedaba detrás, pensar en emprender una vida
nueva a cada instante. Y aquel día yo había sentido como un
presentimiento de otros horizontes. Algo de la ansiedad terrible que
a veces me coge en la estación al oír el silbido del tren que
arranca o cuando paseo por el puerto y me viene en una bocanada el
olor a barcos.
Mi
amigo me había telefoneado por la mañana y su voz me llenó de
ternura por él. El sentimiento de ser esperada y querida me hacía
despertar mil instintos de mujer; una emoción como de triunfo, un
deseo de ser alabada, admirada, de sentirme como la Cenicienta del
cuento, princesa por unas horas, después de un largo incógnito
Me
acordaba de un sueño que se había repetido muchas veces en mi
infancia, cuando yo era una niña cetrina y delgaducha; de esas a
quienes las visitas nunca alaban por lindas y para cuyos padres hay
consuelos reticentes. Esas palabras que los niños, jugando al
parecer absortos y ajenos a la conversación, recogen ávidamente:
«Cuando crezca, seguramente tendrá un tipo bonito», «los niños
dan muchas sorpresas al crecer»...
MIGUEL DELIBES, CINCO HORAS CON MARIO
En
su largo monólogo, la protagonista, Menchu, va hilvanando
pensamientos y recuerdos muy heterogéneos: su deseo de una vida
confortable, los reproches a los ideales de austeridad de su marido,
su incomprensión ante las inquietudes sociales de aquél, etc. Por
debajo de todo ello, el autor nos va descubriendo -con propósito
crítico- la mentalidad tradicional de Menchu. De paso, nos dará
un ejemplo magistral de reproducción del habla familiar. Veamos un
par de muestras.
CAPÍTULO
IX
...
y lo peor es que tu hijo viene con las mismas mañas, ya le oíste
ayer, "mamá, esos son convencionalismos estúpidos", date
cuenta, pero de malos modos, ¿eh?, menudo sofocón, media hora
llorando en el baño, te lo prometo, sin poder salir. Luego dices,
prefiero yo mil veces a Menchu, con toda su vagancia, que a estos
jovencitos, que no sé si la Universidad o qué, pero salen todos
medio rojos, sin la menor consideración, que Menchu, estudie o no,
.por lo menos, es dócil, y mal que bien aprobará la reválida de
cuarto, tenlo por seguro, y ya está bien, que una chica no debe
saber más, Mario, hay que darla tiempo de ser mujer, que a fin de
cuentas es lo suyo. Después de todo, el bachillerato elemental es
hoy más que el bachillerato de nuestro tiempo, Mario, dónde va, y
de que pase el luto, la niña se lucirá, y como es monilla y tiene
mano izquierda, no le faltará en ejambre alrededor, y si no, al
tiempo, que de algo ha de servirme la experiencia y ya me preocuparé
yo de que acierte a elegir, ella es dócil y desde chiquitina no se
compra un alfiler sin consultarme.Tú dirás, ya lo sé, que
estranguolo su personalidad, que me pones mala, grandísimo
alcornoque, porque si personalidad es negarse a llevar luto por un
padre o faltar al respeto a una madre, yo no quiero hijos con
personalidad, ya lo sabes, con la tuya he tenido bastante, que mis
ideas no son tan malas, después de todo, y, o poco valgo, o mis
ideas han de ser las de mis hijos, que hasta al insolente de Mario
pienso meterlo en cintura, óyelo bien, y si quiere pensar por su
cuenta, que lo gane y se vaya a pensar a otra parte, que mientras
viva bajo mi techo, los que de mí dependan han de pensar como yo
mande. No te rías, Mario, pero una autoridad fuerte es la garantía
del orden, acuérdate de la República, no es que yo me lo invente,
aquí y en todas partes, y el orden hay que mantenerle por las buenas
o por las malas. O se es, o no se es, que diría la pobre mamá.
Preguntas:
1.- ¿Qué convencionalismo no quiere seguir el hijo de MArio y Carmen?
2.- ¿Qué inconveniente presenta para Carmen ir a la Universidad?
3.- ¿Qué opina Carmen de la educación de una hija?
4.- ¿Qué ideología presenta Carmen?
CAPÍTULO
XVI
No
hay quien te entienda, Mario, cariño, y me hace sufrir lo que nadie
sabe ver que no eres normal, que la vida no te digo que no tenga
contrariedades, ojalá, pero hay que sobreponerse, hay que
disfrutarla, creo yo; ya ves mamá, a todas horas, "nena, sólo
se vive una vez", que lo oyes así y parece que no, que es una
tontería, pero te paras a pensar y en esa frase hay mucha filosofía,
tiene mucha miga, Mario, más de lo que parece, bueno, pues tú, no
señor, lo primero, los defectos. Y no es que yo vaya a decir que no
haya injusticias, ni corrupción, ni cosas de esas que tú dices,
pero siempre las has habido, ¿no?, como siempre hubo pobres y ricos,
Mario, que es ley de vida, desengáñate. Yo me troncho contigo,
cariño, "nuestra obligación es denunciarlas", así, lo
dijo BIas, punto redondo, pero ¿quién te ha encomendado a ti esa
obligación, si puede saberse? Tu obligación es enseñar, Mario, que
para eso te hiciste catedrático, que para denunciar la injusticia
ya están los jueces y para remediar las penas, la beneficencia, que
os ponéis insoportables con tantas ínfulas, dichoso don Nicolás3,
que yo no sé cómo la gente lee "El Correo", si se cae de
las manos, hijo, no trae más que miserias y calamidades, que si
miles de niños sin escuelas, que si hace frío en las cárceles, que
si los peones se mueren de hambre, que si los paletos viven en
condiciones infrahumanas, pero ¿puede saberse qué es lo que
pretendéis? ¡Si hablarais claro de una vez! Porque si a los paletos
les ponen ascensor y calefacción, dejarían de ser paletos, ¿no?,
vamos, me parece a mí, que yo de eso no entiendo, pero es como lo de
los pobres, pues siempre tendrá que haberlos, digo yo, porque así
es la vida, y si la vida es así no hay por qué poner cara de palo.
Preguntas:
1.- ¿Qué actitud diferente presentan el difunto Mario y su viuda Carmen?
LUIS MARTÍN SANTOS, TIEMPO DE SILENCIO
Sonaba el teléfono y he oído el
timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el
teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y
ha cogido el teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación
no parecía poder ser entendida. He mirado otra vez: «Claro,
cancerosa». Pero, tras la mitosis, la mancha azul se iba
extinguiendo. «También se funden estas bombillas, Amador.» No; es
que ha pisado el cable. « ¡Enchufa!» Está hablando por teléfono.
«¡Amador!» Tan gordo, tan sonriente. Habla despacio, mira, me ve.
«No hay más.» «Ya no hay más.» ¡Se acabaron los ratones! El
retrato del hombre de la barba, frente a mí, que lo vio todo y que
libró al pueblo ibero de su inferioridad nativa ante la ciencia,
escrutador e inmóvil, presidiendo la falta de cobayas. Su sonrisa
comprensiva y liberadora de la inferioridad explica -comprende- la
falta de créditos. Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca
aspirar otra vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a
la dignificación, al buen pasar del sabio que en la península seca
espera que fructifiquen los cerebros y los ríos? Las mitosis
anormales, coaguladas en su cristalito, inmóviles -ellas que son el
sumo movimiento-. Amador, inmóvil primero, reponiendo el teléfono,
sonriendo, mirándome a mí, diciendo: «¡Se acabó!». Pero con
sonrisa de merienda, con sonrisa gruesa. «Qué belfos, Amador.» La
cepa MNA tan prometedora. Suena otra vez el teléfono. Lo olvido.
«¿Por qué se ríe, Amador? De qué se ríe usted?» Sí, ya sé,
ya. Se acabaron los ratones. (...)
Preguntas:
1.- ¿A qué se dedica el narrador-protagonista?
2.- ¿Qué problema se le plantea?
3.- ¿A qué se refiere el narrador en la frase subrayada? ¿Qué crítica subyace a esta frase?
4.- ¿Qué técnica narrativa emplea el autor?
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El
caso de esta canaria-catalano-madrileña es insólito en la
literatura española: con sólo 22 años, escribió Nada
–la historia de una adolescente "rara" en la Barcelona
gris de la posguerra– y ganó el primer premio Nadal en 1944.