martes, 5 de junio de 2012

Carmen Laforet, Nada


Me viene ahora el recuerdo de las noches en la calle de Aribau. Aquellas noches que corrían como un río negro, bajo los puentes de los días, y en las que los olores estancados despedían un vaho de fantasmas.
Me acuerdo de las primeras noches otoñales y de mis primeras inquietudes en la casa, avivadas con ellas. De las noches de invierno con sus húmedas melancolías: el crujido de una silla rompiendo el sueño y el escalofrío de los nervios al encontrar dos pequeños ojos luminosos - los gato del gato- clavados en los míos. En aquellas heladas horas hubo algunos momentos en que la vida rompió delante de mis ojos todos sus pudores y apareció desnuda, gritando intimidades tristes, que para mí eran sólo espantosas. Intimidades que la mañana se encargaba de borrar, como si nunca hubieran existido... Más tarde vinieron las noches de verano. Dulces y espesas noches mediterráneas sobre Barcelona, con su decorado zumo de luna, con su húmedo olor de nereidas que peinasen cabellos de agua sobre las blancas espaldas, sobre la escamosa cola de oro. En alguna de esas noches calurosas, el hambre, la tristeza y la fuerza de mi juventud me llevaron a un delirio de sentimiento, a una necesidad física de ternura, ávida y polvorienta como la tierra quemada presintiendo la tempestad.
A primera hora, cuando me extendía, cansada sobre el colchón, venía el dolor de cabeza, vacío y bordoneante, atormentando mi cráneo. Tenía que tenderme con la cabeza baja, sin almohada, pera sentirlo encalmarse lentamente, cruzado por mil ruidos familiares de la calle y de la casa.
Así, el sueño iba llegando en oleadas cada vez más perezosas hasta el hondo y completo olvido de mi cuerpo y de mi alma. Sobre mí el calor lanzaba su aliento, irritante como jugo de ortigas, hasta que oprimida, como en una pesadilla, volvía a despertarme otra vez.
Silencio absoluto. En la calle, de cuando en cuando, los pasos del vigilante. Mucho más arriba de los balcones, de los tejados y las azoteas, el brillo de los astros.
La inquietud me hacía saltar de la cama, pues estos luminosos hilos impalpables que vienen del mundo sideral obraban en mí con fuerzas imposibles de precisar, pero reales.
Me acuerdo de una noche en que había luna. Yo tenía excitados los nervios después de un día demasiado movido. Al levantarme de la Gama vi que en el espejo de Angustias estaba toda mi habitación llena de un color de seda gris, y allí mismo, una larga sombra. Me acerqué y el es­pectro se acercó conmigo. Al fin alcancé a ver mi propia cara desdibu­jada sobre el camisón de hilo. Un camisón de hilo antiguo -suave por el roce del tiempo- cargado de pesados encajes, que muchos años atrás había usado mi madre. Era una rareza estarme contemplando así, casi sin verme, con los ojos abiertos. Levanté la mano para tocarme las fac­ciones, que parecían escapárseme, y allí surgieron unos dedos largos, más pálidos que el rostro, siguiendo las líneas de las cejas, la nariz, las mejillas conformadas según la estructura de los huesos. De todas mane­ras, yo misma, Andrea, estaba viviendo entre las sombras y las pasiones que me rodeaban. A veces llegaba a dudarlo.
Aquella misma tarde había sido la fiesta de Pons.
Durante cinco días había yo intentado almacenar ilusiones para esa escapatoria de mi vida corriente. Hasta entonces me había sido fácil dar la espalda a lo que quedaba detrás, pensar en emprender una vida nueva a cada instante. Y aquel día yo había sentido como un presentimiento de otros horizontes. Algo de la ansiedad terrible que a veces me coge en la estación al oír el silbido del tren que arranca o cuando paseo por el puerto y me viene en una bocanada el olor a barcos.
Mi amigo me había telefoneado por la mañana y su voz me llenó de ternura por él. El sentimiento de ser esperada y querida me hacía despertar mil instintos de mujer; una emoción como de triunfo, un deseo de ser alabada, admirada, de sentirme como la Cenicienta del cuento, prin­cesa por unas horas, después de un largo incógnito
Me acordaba de un sueño que se había repetido muchas veces en mi infancia, cuando yo era una niña cetrina y delgaducha; de esas a quienes las visitas nunca alaban por lindas y para cuyos padres hay consuelos reticentes. Esas palabras que los niños, jugando al parecer absortos y ajenos a la conversación, recogen ávidamente: «Cuando crezca, seguramente tendrá un tipo bonito», «los niños dan muchas sorpresas al crecer»...

MIGUEL DELIBES, CINCO HORAS CON MARIO
En su largo monólogo, la protagonista, Menchu, va hilvanando pensamientos y recuerdos muy heterogéneos: su deseo de una vida confortable, los reproches a los ideales de austeridad de su marido, su incomprensión ante las inquietudes sociales de aquél, etc. Por debajo de todo ello, el autor nos va descubriendo -con propósito crítico- la mentalidad tradicional de Menchu. De paso, nos dará un ejemplo magistral de reproducción del habla familiar. Veamos un par de muestras.
CAPÍTULO IX
... y lo peor es que tu hijo viene con las mismas mañas, ya le oíste ayer, "mamá, esos son convencionalismos estúpidos", date cuenta, pero de malos modos, ¿eh?, menudo sofocón, media hora llorando en el baño, te lo prometo, sin poder salir. Luego dices, prefiero yo mil veces a Menchu, con toda su vagancia, que a estos jovencitos, que no sé si la Universidad o qué, pero salen todos medio rojos, sin la menor consideración, que Menchu, estudie o no, .por lo menos, es dócil, y mal que bien aprobará la reválida de cuarto, tenlo por seguro, y ya está bien, que una chica no debe saber más, Mario, hay que darla tiempo de ser mujer, que a fin de cuentas es lo suyo. Después de todo, el bachillerato elemental es hoy más que el bachillerato de nuestro tiempo, Mario, dónde va, y de que pase el luto, la niña se lucirá, y como es monilla y tiene mano izquierda, no le faltará en ejambre alrededor, y si no, al tiempo, que de algo ha de servirme la experiencia y ya me preocuparé yo de que acierte a elegir, ella es dócil y desde chiquitina no se compra un alfiler sin consultarme.Tú dirás, ya lo sé, que estranguolo su personalidad, que me pones mala, grandísimo alcornoque, porque si personalidad es negarse a llevar luto por un padre o faltar al respeto a una madre, yo no quiero hijos con personalidad, ya lo sabes, con la tuya he tenido bastante, que mis ideas no son tan malas, después de todo, y, o poco valgo, o mis ideas han de ser las de mis hijos, que hasta al insolente de Mario pienso meterlo en cintura, óyelo bien, y si quiere pensar por su cuenta, que lo gane y se vaya a pensar a otra parte, que mientras viva bajo mi techo, los que de mí dependan han de pensar como yo mande. No te rías, Mario, pero una autoridad fuerte es la garantía del orden, acuérdate de la República, no es que yo me lo invente, aquí y en todas partes, y el orden hay que mantenerle por las buenas o por las malas. O se es, o no se es, que diría la pobre mamá.
Preguntas:
1.- ¿Qué convencionalismo no quiere seguir el hijo de MArio y Carmen?
2.- ¿Qué inconveniente presenta para Carmen ir a la Universidad?
3.- ¿Qué opina Carmen de la educación de una hija?
4.- ¿Qué ideología presenta Carmen?
CAPÍTULO XVI
No hay quien te entienda, Mario, cariño, y me hace sufrir lo que nadie sabe ver que no eres normal, que la vida no te digo que no tenga contrariedades, ojalá, pero hay que sobreponerse, hay que disfrutarla, creo yo; ya ves mamá, a todas horas, "nena, sólo se vive una vez", que lo oyes así y parece que no, que es una tontería, pero te paras a pensar y en esa frase hay mucha filosofía, tiene mucha miga, Mario, más de lo que parece, bueno, pues tú, no señor, lo primero, los defectos. Y no es que yo vaya a decir que no haya injusticias, ni corrupción, ni cosas de esas que tú dices, pero siempre las has habido, ¿no?, como siempre hubo pobres y ricos, Mario, que es ley de vida, desengáñate. Yo me troncho contigo, cariño, "nuestra obligación es denunciarlas", así, lo dijo BIas, punto redondo, pero ¿quién te ha encomendado a ti esa obligación, si puede saberse? Tu obligación es enseñar, Mario, que para eso te hiciste catedrático, que para denunciar la injusticia ya están los jueces y para remediar las penas, la beneficencia, que os ponéis insoportables con tantas ínfulas, dichoso don Nicolás3, que yo no sé cómo la gente lee "El Correo", si se cae de las manos, hijo, no trae más que miserias y calamidades, que si miles de niños sin escuelas, que si hace frío en las cárceles, que si los peones se mueren de hambre, que si los paletos viven en condiciones infrahumanas, pero ¿puede saberse qué es lo que pretendéis? ¡Si hablarais claro de una vez! Porque si a los paletos les ponen ascensor y calefacción, dejarían de ser paletos, ¿no?, vamos, me parece a mí, que yo de eso no entiendo, pero es como lo de los pobres, pues siempre tendrá que haberlos, digo yo, porque así es la vida, y si la vida es así no hay por qué poner cara de palo.
Preguntas:
1.- ¿Qué actitud diferente presentan el difunto Mario y su viuda Carmen?

LUIS MARTÍN SANTOS, TIEMPO DE SILENCIO


Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación no parecía poder ser entendida. He mirado otra vez: «Claro, cancerosa». Pero, tras la mitosis, la mancha azul se iba extinguiendo. «También se funden estas bombillas, Amador.» No; es que ha pisado el cable. « ¡Enchufa!» Está hablando por teléfono. «¡Amador!» Tan gordo, tan sonriente. Habla despacio, mira, me ve. «No hay más.» «Ya no hay más.» ¡Se acabaron los ratones! El retrato del hombre de la barba, frente a mí, que lo vio todo y que libró al pueblo ibero de su inferioridad nativa ante la ciencia, escrutador e inmóvil, presidiendo la falta de cobayas. Su sonrisa comprensiva y liberadora de la inferioridad explica -comprende- la falta de créditos. Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca aspirar otra vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a la dignificación, al buen pasar del sabio que en la península seca espera que fructifiquen los cerebros y los ríos? Las mitosis anormales, coaguladas en su cristalito, inmóviles -ellas que son el sumo movimiento-. Amador, inmóvil primero, reponiendo el teléfono, sonriendo, mirándome a mí, diciendo: «¡Se acabó!». Pero con sonrisa de merienda, con sonrisa gruesa. «Qué belfos, Amador.» La cepa MNA tan prometedora. Suena otra vez el teléfono. Lo olvido. «¿Por qué se ríe, Amador? De qué se ríe usted?» Sí, ya sé, ya. Se acabaron los ratones. (...)
 
Preguntas:
1.- ¿A qué se dedica el narrador-protagonista?
2.- ¿Qué problema se le plantea?
3.- ¿A qué se refiere el narrador en la frase subrayada? ¿Qué crítica subyace a esta frase?
4.- ¿Qué técnica narrativa emplea el autor?
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El caso de esta canaria-catalano-madrileña es insólito en la literatura española: con sólo 22 años, escribió Nada –la historia de una adolescente "rara" en la Barcelona gris de la posguerra– y ganó el primer premio Nadal en 1944.