martes, 6 de marzo de 2012

Don Quijote de la Mancha. Capítulo II

QUE TRATA DE LA PRIMERA SALIDA DEL INGENIOSO DON QUIJOTE 
Y LA GRACIOSA MANERA QUE TUVO EN ARMARSE CABALLERO 1
 
Don Quijote no quiso aguardar más tiempo para poner en práctica su pensamiento, porque creía que el mundo le echaba en falta. Había muchas ofensas que reparar, injusticias que enmendar y deudas que satisfacer. Así que, sin decir nada a nadie y sin que nadie lo viese, una mañana, antes del amanecer, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, se puso la celada, embrazó el escudo, tomó la lanza y por la puerta trasera del corral salió al campo con grandísimo contento.
Nuestro flamante caballero creía que era el azar quien debía disponer sus aventuras, así que dejó que el caballo eligiera el camino. Pero pronto le asaltó un pensamiento terrible, y fue que, según la ley de caballería, no podía luchar sin haber sido antes armado caballero. Esta idea le hizo titubear, pero, como pudo más su locura que cualquier otra razón, decidió hacerse armar caballero del primero que topase.
En el camino, don Quijote iba hablando consigo mismo: —En los venideros siglos el sabio que escriba la historia de mis famosos hechos, dirá: "Apenas había el rubicundo Apolo2 tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos habían saludado a la rosada aurora, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando la blanda cama, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel".3
Después, como si estuviese verdaderamente enamorado, dijo, imitando el lenguaje que había leído en los libros:
—¡Oh princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Acordaos de mí, que padezco tantas penas por vuestro amor.
Y así iba ensartando un disparate tras otro, todos parecidos a los que había aprendido en los libros. Con esto, andaba tan despacio y el sol caía ya con tanto ardor que casi se le derriten los sesos, si algunos hubiera tenido.
Aquel día, que era uno de los calurosos del mes de julio, don Quijote caminó sin que le sucediera nada digno de contar. Esto le desesperaba, porque quería probar en seguida el valor de su fuerte brazo. Anduvo todo el día, y al anochecer su rocín y él se encontraban cansados y muertos de hambre cuando, no lejos del camino, vio una venta4 y se encaminó hacia ella a toda prisa. A la puerta se hallaban dos rameras que iban a Sevilla con unos arrieros,5 y como a nuestro aventurero todo cuanto veía le parecía igual a lo que había leído, las mozas le parecieron hermosas doncellas6 y la venta le pareció un castillo con sus cuatro torres, su puente levadizo y su hondo foso.
Cuando ya estaba cerca, tiró de las riendas, detuvo a Rocinante y esperó a que desde la almena un enano anunciase con un toque de trompeta que un caballero llegaba al castillo. Pero como el enano tardaba en aparecer y Rocinante tenía prisa por llegar a la caballeriza, don Quijote siguió adelante, y en esto, un porquero que andaba recogiendo una manada de cerdos tocó un cuerno,7 y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, esto es, que el enano anunciaba su venida. Y así, con extraordinario contento, se llegó a la puerta. Las damas, al ver un hombre armado de aquella manera, llenas de miedo, fueron a meterse en la venta, pero don Quijote, alzando la visera dé cartón y descubriendo su seco y polvoriento rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:
Non fuyan, altas doncellas, ni teman desaguisado alguno.
Al oír que las llamaba doncellas, cosa tan fuera de su profesión, las mozas no pudieron contener la risa, lo que enojó a don Quijote. Pero en aquel instante salió el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico. Cuando vio aquella rara figura también estuvo a punto de reírse, pero decidió hablarle con prudencia:
Si vuestra merced, señor caballero, busca lecho, en esta venta no hay ninguno. Todo lo demás lo hallará en abundancia.
Para mí, señor alcaide8, cualquiera cosa basta, porque mi descanso es pelear.
El ventero sujetó el estribo y don Quijote se apeó con mucha dificultad y le dijo que tuviese mucho cuidado del caballo, porque era el mejor del mundo. Mientras el ventero lo llevaba a la caballeriza, las doncellas se reconciliaron con don Quijote y empezaron a desarmarlo. Cuando le quitaban el peto y el espaldar,9 el hidalgo recitó con mucho donaire:
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera don Quijote
cuando de su aldea vino:
doncellas cuidaban de él;
princesas, de su rocino.
Rocino o Rocinante —añadió—. Este es el nombre, señoras mías, de mi caballo; yo soy don Quijote de la Mancha. Tiempo vendrá en que el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.
Las mozas no estaban hechas a semejante retórica, así que no respondieron palabra. No pudieron quitarle la celada porque la llevaba muy bien atada con unas cintas verdes, y don Quijote se negó a que las cortaran; de modo que se quedó toda la noche con la celada puesta. Luego le preguntaron si quería comer alguna cosa.
Me vendrá muy bien —contestó—, porque el peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
Le pusieron una mesa a la puerta de la venta, al fresco, y le trajeron una porción de bacalao mal remojado y peor cocido y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero daba risa verle comer, porque, como llevaba la celada puesta y tenía que levantar la visera con las manos, no podía llevarse nada a la boca. Una de aquellas señoras tuvo que ayudarlo a comer, pero era imposible darle de beber. Entonces el ventero le metió una caña hueca en la boca y por el cabo de arriba le fue echando vino.
Acabada la cena, don Quijote llamó al ventero y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas, y le dijo:
Valeroso caballero, no me levantaré hasta que vuestra cortesía me otorgue un don que beneficiará al género humano.
El ventero estaba confuso, sin saber qué decirle.
El don que os pido —prosiguió don Quijote— es que mañana me arméis caballero. Esta noche velaré las armas en la capilla de este vuestro castillo10, y mañana podré ir por el mundo buscando aventuras en favor de los menesterosos.
El ventero, que ya sospechaba de la locura de don Quijote, decidió seguirle la corriente. Le dijo que en su castillo no había capilla, porque se había derribado para hacer una nueva, pero que podría velar las armas en el patio. Y le preguntó si traía dinero.
Ni blanca —respondió don Quijote—, porque nunca he leído que los caballeros andantes lleven dinero.
El ventero replicó que los libros no lo decían porque era una cosa tan clara y tan necesaria como llevar camisas limpias. También dijo que los caballeros mandaban a sus escuderos11 llevar una arqueta con vendas y ungüentos para curar las heridas que recibían en los campos y desiertos donde combatían. Y si no tenían escuderos, ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas12 casi invisibles sobre las ancas del caballo.
Don Quijote prometió al ventero hacer lo que le aconsejaba y luego se fue a un corral grande a velar las armas. Las puso sobre una pila que había junto a un pozo, y embrazó el escudo, asió la lanza y comenzó a pasear delante con gentil continente13. El ventero contó a sus huéspedes la locura de don Quijote, y todos salieron a verlo de lejos: unas veces se paseaba con sosegado ademán y otras ponía los ojos en las armas durante un buen rato.
En esto uno de los arrieros decidió ir a dar agua a su recua14.Al verlo acercarse, don Quijote le dijo en voz alta:
¡Oh tú, atrevido caballero, mira lo que haces, no toques las armas del más valeroso caballero andante que jamás ciñó espada, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento!
El arriero no hizo caso, y, como para sacar agua del pozo necesitaba apartar las armas de la pila, las agarró de las correas y las arrojó bien lejos. Don Quijote alzó los ojos al cielo y, pensando en su señora Dulcinea, dijo:
- Socorredme, señora mía, en esta primera afrenta.
Y diciendo esto, soltó el escudo, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que lo derribó en el suelo y lo dejó aturdido y maltrecho. Luego, recogió sus armas y volvió a pasearse con el mismo reposo que antes.
Poco después, llegó otro arriero con la misma intención de dar agua a sus mulos. Cuando quitaba las armas para dejar libre la pila, don Quijote soltó otra vez el escudo, alzó la lanza y le abrió la cabeza al arriero en cuatro pedazos. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y al ver a sus compañeros heridos, los arrieros comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual se protegía con el escudo lo mejor que podía, sin apartarse de la pila para no desamparar las armas. El ventero daba voces para que lo dejasen, porque ya les había dicho que estaba loco, y don Quijote también las daba, aún mayores:
¡Vosotros, soez y baja canalla, venid y atacadme, que ya veréis el pago que recibís! Decía esto con tanto brío que infundió un terrible temor a los que le acometían. Y gracias al ventero, dejaron de tirarle piedras, y él dejó retirar a los heridos y volvió a velar las armas con el mismo sosiego que al principio.
Para evitar más desgracias, el ventero decidió darle enseguida la maldita orden de caballería. Se acercó a don Quijote y le dijo que ya había estado más de cuatro horas en vela, y que todo el ceremonial de quedar armado caballero consistía en la pescozada y el espaldarazo15, según sus noticias sobre esas ceremonias. Todo se lo creyó don Quijote, que ansiaba ser armado caballero cuanto antes.
El ventero fue a recoger el libro donde anotaba el gasto de paja y de cebada, y, acompañado de un muchacho que sostenía una vela encendida y de las dos ya conocidas doncellas, volvió a donde estaba don Quijote. Le mandó hincarse de rodillas; y mientras murmuraba entre dientes como si leyese una devota oración, alzó la mano y le dio sobre el cuello un buen golpe, y después un gentil espaldarazo. Hecho esto, mandó a una de las damas que le ciñese la espada, y la mujer, aunque a punto de reventar de risa, lo hizo con mucha desenvoltura, diciendo:
Dios le haga venturoso caballero y le dé ventura en lides.
Don Quijote le preguntó cómo se llamaba. Ella respondió que se llamaba la Tolosa, que era hija de un remendón16 natural de Toledo, y que le serviría y le tendría por señor durante el resto de su vida. Don Quijote le rogó que en adelante se llamase "doña Tolosa". La otra moza le calzó la espuela y repitió el mismo coloquio. Y como dijo que se llamaba la Molinera, don Quijote le rogó que se pusiese don y se llamase "doña Molinera".
Hechas, pues, al galope y aprisa estas ceremonias, don Quijote no vio la hora de salir a buscar aventuras. Ensilló a Rocinante, subió en él y, abrazando al ventero, le agradeció la merced de haberle armado caballero. El ventero, que deseaba verle cuanto antes fuera de la venta, le respondió con breves palabras y, sin pedirle el coste de la posada, le dejó ir en buena hora.

1En la Edad Media, los jóvenes nobles se sometían a una ceremonia en la que el rey o un guerrero prestigioso los armaba caballeros, esto es, los declaraba aptos para el com­bate y miembros de una determinada orden de caballería.
2 En la mitología griega, Apolo era el dios del Sol, de ahí que don Quijote lo califique de rubicundo ('rubio rojizo').
3 La comarca de Montiel se encuentra entre Ciudad Real y Albacete.
4 venta: posada.
5 arriero: el que transporta mercancías con mulos o caballos.
6 doncella-, muchacha virgen.
7 cuerno: instrumento de sonido grave con el que se llama la atención de los animales.
8 Alcaide: gobernador de un castillo
9 El peto y el espaldar de la armadura protegían respectivamente el pecho y la espalda.
10 El aspirante a caballero pasaba la noche rezando ante un altar junto a sus armas
11 El escudero era el paje o criado que ayudaba al caballero y le llevaba las armas
12 Alforja: pareja de bolsas que se echa sobre el lomo del caballo.
13 Es decir, con pose galante
14 Recua: grupo de mulas
15 En su investidura, el aspirante a caballero recibía tres golpes simbólicos con la espada: la pescozada, en la nuca, y el espaldarazo, en cada uno de los hombros.
16 Persona que remendaba la ropa vieja.




CUESTIONES


1.- ¿Qué mueve a nuestro protagonista a lanzarse al mundo?
2.- Todo caballero andante, antes de acometer ninguna aventura, debe ser armado caballero. ¿Cón quién confunde Don Quijote a las dos rameras, al porquero y su piara, al ventero y a su venta?
3.- ¿Por qué resulta cómico el momento en el que Don Quijote come y bebe lo que le ofrece el ventero?
4.- ¿Qué es un arriero? ¿qué incidente sucede mientras Don Quijote vela las armas?
5.- ¿Qué le aconseja el ventero a Don Quijote?