Al
día siguiente, como me parecía que allí no estaba seguro, me fui a
un pueblo que llaman Maqueda.1 Para mi desgracia,
me encontré con un clérigo,2 le pedí limosna y
él me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, pues era
verdad, porque, aunque el pecador del ciego me maltrataba, me enseñó
mil cosas buenas, y una de ellas fue ésa. Finalmente, el clérigo me
admitió a su servicio. Escapé del trueno y di en el relámpago,
porque, comparado con este nuevo amo, el ciego era un Alejandro
Magno,3 con ser la misma avaricia, como he
contado. Sólo diré que toda la tacañería del mundo estaba
encerrada en el clérigo, pero no sé si era tacaño por naturaleza o
si le había hecho tacaño el hábito de clerecía.4
Este
clérigo tenía un arcón viejo y cerrado con llave, la cual traía
atada a la capa con una cinta. Cuando venía de la iglesia conun
bollo,5 lo metía en el arca y volvía a
cerrarla. En toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele
haber en otras: ni un tocino colgado junto a la chimenea,6
ni un queso puesto en alguna tabla, ni un canastillo guardado
en el armario con los pedazos de pan que sobran de la mesa. Porque yo
creo que, aunque no hubiera probado nada de eso, al menos me habría
consolado con verlo. Sólo había una ristra de cebollas, que estaba
bajo llave en un cuarto alto de la casa. Mi ración era una de estas
cebollas cada cuatro días. Cuando le pedía la llave para ir por la
cebolla, si había alguien presente, el clérigo metía la mano en un
bolsillo del pecho, desataba la llave con gran solemnidad y me la
daba, diciendo:
—Toma,
Lázaro, pero devuélvemela en seguida. Y no hagas más que
golosinear.7
Era
como si en aquel cuarto estuvieran todas las conservas de Valencia,8
cuando, como ya he dicho, no había más maldita cosa que las
cebollas colgadas de un clavo. Y las tenía tan bien contadas
que
si, cediendo a la tentación, me hubiera pasado en una más de mi
tasa,9 me habría costado caro. En fin, que me
moría de hambre.
Conmigo
tenía poca caridad, pero con él usaba mucha. A diario gastaba cinco
blancas en carne para comer y cenar. Verdad es que repartía conmigo
el caldo, porque lo que es de carne me quedaba en blanco, y ojalá
hubiera repartido conmigo la mitad de pan, porque sólo me daba un
poco.

carne
de las quijadas. A mí me daba todos los huesos roídos, y me los
ponía en el plato, diciendo:
—Toma,
Lázaro, come, disfruta, que para ti es el mundo. Vives mejor que el
Papa.
«¡Dios
te dé la misma vida que a mí!», decía yo por lo bajo.
A
las tres semanas de estar con él, llegué a tanta flaqueza que las
piernas apenas me sostenían de pura hambre. Vi que iba claramentea
la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaban.
No
tenía ocasión de usar mis mañas, porque en la casa no había nada
que robar. Y aunque lo hubiera habido, el clérigo no era ciego, así
que no podía engañarle como a mi primer amo (al que
Dios
haya perdonado, si es que falleció de la calabazada contra el
poste), pues, aunque era astuto, no me veía sisarle porque le
faltaba el preciado sentido de la vista. Pero no había nadie con la
vista tan aguda como este nuevo amo mío. Cuando estábamos en el
ofertorio, no caía una blanca en la cesta que él no registrara:
tenía un ojo puesto en la gente y el otro en mis manos.10
Los ojos le bailaban inquietos en las órbitas como si fueran
de azogue.11 Llevaba la cuenta exacta de todas
las blancas que ofrecían, y al acabar el ofertorio, me quitaba
enseguida el cestillo y lo ponía sobre el altar. No fui capaz de
cogerle una blanca durante todo el tiempo que viví con él, o, para
decirlo mejor, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de
vino, y el poco vino de la ofrenda que traía a casa y guardaba en el
arca, lo administraba de tal forma que le duraba toda la semana. Y
para ocultar su gran tacañería me decía:
—Mira,
mozo, los sacerdotes han de ser muy moderados en el comer y beber, y
por esto yo no me excedo como otros.
Pero
el muy tacaño mentía, porque en las cofradías y entierros12
comía a costa ajena como
un lobo y bebía más que un curandero. Y hablando de entierros, que
Dios me perdone, porque yo jamás fui enemigo de la naturaleza humana
hasta entonces. Y es que en los mortuorios comíamos bien y yo me
hartaba. Así es que deseaba y rogaba a Dios que cada día matase a
una persona. Y cuando dábamos un sacramento a los enfermos,
especialmente la extremaunción,13 mi
amo el clérigo mandaba rezar a los presentes, y entonces yo era de
los que más rezaban, pero en vez de pedir al Señor la mejoría del
enfermo, le rogaba con todo mi corazón y buena voluntad que se lo
llevase de este mundo. Y cuando alguno de estos enfermos se escapaba
de la muerte, ¡que Dios me perdone!, yo lo mandaba al diablo14
mil veces. En cambio, al
que se moría le echaba mil bendiciones. Durante los casi seis meses
que estuve al servicio de este clérigo sólo fallecieron veinte
personas, y a éstas creo que las maté yo o, por mejor decir,
murieron a causa de mis súplicas. Porque viendo el Señor mi rabiosa
y continua muerte, pienso que se alegraba de matarlos para darme a mí
la vida.
Pero,
en fin, a pesar de todo esto, mis padecimientos no tenían remedio,
porque si bien es verdad que yo vivía y quedaba harto el día que
enterrábamos a alguien, los días que no había muerto notaba más
el hambre. Así que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte. Yo
la deseaba a veces también para mí como para los demás, pero no la
veía, aunque estaba siempre en mí.
Pensé
muchas veces irme de aquel amo tan mezquino,
pero no lo hacía por dos cosas: la primera, porque no me fiaba de
mis piernas, pues de pura hambre temía su flojera. Y la otra porque
me decía: «Lázaro, ya has tenido dos amos. El primero te traía
muerto de hambre, lo dejaste y te encontraste con este otro, que de
tanta hambre casi te tiene ya en la sepultura. Así que si dejas a
este amo y das con otro peor, ¿no será el morir?». Por esto no
osaba moverme, porque estaba seguro de que bajaría otro peldaño más
hacia la tumba. Y entonces, adiós Lázaro: no se hablaría nunca más
de él ni se le oiría más en el mundo.
Así
es que estaba en esta aflicción, sin saber qué hacer. Pero como al
Señor le agrada librar del sufrimiento a todo fiel cristiano,
viéndome ir de mal en peor, un día en que el desventurado, ruin y
miserable de mi amo había salido del pueblo, vino a la puerta un
calderero.15 Yo creo que fue un ángel enviado
por la mano de Dios disfrazado de calderero. Me preguntó si tenía
algo que reparar. «A mí me tendríais que reparar», dije por lo
bajo, sin que me oyese; «y no sería poca faena». Pero como no
había tiempo para gastarlo en decir cosas graciosas, iluminado por
el Espíritu Santo, le dije:
—Tío,
he perdido la llave de este arcón, y temo que mi señor me azote.
Por vuestra vida, a ver si traéis alguna que lo abra. Yo os la
pagaré.
El
angélico calderero comenzó a probar una y otra llave de un gran
manojo que traía, y yo le ayudaba con mis flacas oraciones. Y cuando
menos lo pienso, veo, como se suele decir, la cara de Dios en los
panes que había en el arcón, pues lo había abierto. Entonces dije
al calderero:
—Yo
no tengo dineros para pagaros la llave, pero cobraos de ahí.
Él
tomó un panecillo, el que le pareció mejor, me dio la llave y se
fue muy contento. Más contento quedé yo. Pero en aquel momento no
toqué nada del arcón, para que no se notara la falta, y también
porque me vi señor de tantos bienes, que supuse que el hambre no se
atrevería a acercárseme.
Llegó
el tacaño de mi amo, y a Dios gracias no reparó en el panecillo que
se había llevado mi ángel.
Al
día siguiente, en cuanto salió de casa, yo abro mi paraíso
panal,lb y tomo entre las manos un panecillo, lo
pongo entre los dientes y en dos credos17 lo hice
invisible. No olvidé cerrar el arca,
y
a continuación me puse a barrer la casa con mucha alegría. Con
aquel recurso, creí que había encontrado el remedio de mi triste
vida.

Mi
amo estuvo un gran rato echando cuentas, contando con los dedos y por
días, y luego dijo:
—Si
esta arca no fuera tan segura, yo diría que me han cogido panes de
ella. Pero para cerrar la puerta a la sospecha, a partir de hoy
quiero llevar buena cuenta de ellos. Quedan nueve panes y
un
pedazo.
«¡Malas
noticias te dé Dios!», dije yo para mí.
Con
lo que mi amo me había dicho, creí que una flecha de montero19
me traspasaba el corazón. Mi estómago empezó a notar que el
hambre escarbaba en él, pues ya se veía sometido a la misma dieta
de antes.
Mi
amo se marchó de casa y entonces yo, para consolarme, abrí el arca,
y al ver el pan, comencé a adorarlo, pero sin atreverme a
comulgar.20 Conté los panes, por si el miserable
clérigo se había equivocado, pero los había contado con más
exactitud de lo que yo quisiera. Lo más que pude hacer fue darles
mil besos y, con la mayor delicadeza que pude, partí un trocito del
pan que estaba ya partido, y con eso pasé todo el día, aunque no
tan alegre como el anterior.
Pero
como desde hacía dos o tres días tenía el estómago hecho a más
pan, como he contado, ahora notaba más el hambre y me moría de mala
muerte. Tanto que, en cuanto me veía solo, no hacía otra cosa sino
abrir y cerrar el arca y contemplar aquella cara de Dios, como dicen
los niños. Pero el mismo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome
en tanto apuro, trajo a mi memoria un
pequeño
remedio. Pensando, dije para mí:
«Este arcón viejo y grande está roto, y por algunas partes tiene
pequeños agujeros. Se podría pensar que entran en él los ratones y
hacen un destrozo a este pan. Lo que no me conviene es sacarlo
entero, porque mi amo advertirá la falta del que tanta falta me
hace. En cambio, lo que voy a hacer podrá soportarlo».
Y
comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que
allí estaban. Y tomo un pan y dejo otro, de manera que saqué unas
pocas migas de tres o cuatro panes. Después, como quien toma una
gragea,21 comí las migajas, y algo me consolé.
Cuando
mi amo vino a comer, abrió el arca, vio el destrozo y creyó sin
ninguna duda que habían sido los ratones, porque mi imitación de lo
que ellos suelen hacer había sido muy buena. Mi
amo
miró toda el arca, de un cabo a otro, y encontró los agujeros por
donde sospechaba que habían entrado los ratones. Me llamó y me
dijo:
—¡Lázaro!
¡Mira, mira qué persecución ha venido esta noche a por nuestro
pan!
Yo
me hice el sorprendido, y le pregunté qué podría ser.
—¡Qué
ha de ser! —dijo él—. Los ratones, que no dejan cosa con vida.
Nos
pusimos a comer, y quiso Dios que también en esto me fuera bien,
porque me tocó más pan de la mísera cantidad que solía darme. Y
es que mi amo ralló con un cuchillo los trozos que le parecían
ratonados,22 y me los dio, diciendo:
—Cómete
eso, que el ratón es cosa limpia.
Y
así, aquel día añadió la ración del trabajo de mis manos, o,
mejor dicho, de mis uñas. Y acabamos de comer, aunque yo nunca
empezaba.
Pero
de pronto me vino otro sobresalto, pues vi que andaba muy atareado
quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con las cuales
clavó y cerró todos los agujeros del viejo arcón.
«¡Oh
Dios mío!», me dije entonces, «¡a cuánta miseria y cuántos
azares y desastres estamos expuestos los nacidos, y cuán poco duran
los placeres de esta trabajosa vida nuestra!23 Y
yo que pensaba que con el pobre y triste remedio de las migajas
remediaría mi escasez, y me sentía ya un tanto alegre y con buena
ventura... Pero no lo quiere así mi desdicha, que ha despertado a
este desgraciado amo mío y le ha puesto más diligencia24
de la habitual (pues la mayoría de los miserables no carecen
nunca de ella) en tapar los agujeros del arca, y así me cierra
también la puerta al consuelo y la abre a mis penalidades».
Así
me lamentaba yo, en tanto que mi solícito25
carpintero dio fin a su
obra con muchos clavos y tablillas. Y luego dijo:
—Ahora,
señores ratones, traidores, os conviene cambiar de propósito,
porque mal porvenir vais a tener en esta casa.
En
cuanto mi amo salió de casa, fui a ver la obra y hallé que no dejó
en la triste y vieja arca ni un agujero por el que pudiese entrar ni
siquiera un mosquito. Abro el arca con mi desaprovechada llave, sin
esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados,
aquellos que mi amo creyó que habían sido ratonados, y de ellos
todavía saqué alguna migaja, tocándolos muy ligeramente, como un
hábil esgrimidor.26
Como
la necesidad es tan buena maestra, y yo me veía tan necesitado,
siempre estaba pensando, de noche y de día, en la manera de
conservar la vida. Y pienso que el hambre me daba luz
para
encontrar estos negros remedios, pues por algo se dice que el hambre
despierta el ingenio, y, por el contrario, la hartura lo adormece. Y
eso me ocurría a mí.
Una
noche que estaba desvelado, pensando en cómo me las podría arreglar
y aprovecharme del arcón, sentí que mi amo dormía, pues no paraba
de roncar y de dar grandes resoplidos. Como durante el día ya había
pensado en lo que tenía que hacer y había mirado por dónde el arca
tenía menos defensa, me levanté con muchísimo cuidado, me acerqué
al triste arcón y lo acometí con un cuchillo viejo que usé como
si fuese una barrena.'7 Y como la antiquísima
arca estaba blanda y carcomida, sin fuerzas y sin corazón por tener
tantos años, en seguida se me rindió y recibió en un costado un
buen agujero, para remedio mío. Una vez hecho esto, abro muy
despacito la llagada28 arca y, al tiento, hice en
un pan partido lo mismo que dije antes: lo ratoné. Con eso me
consolé algo. Luego cerré el arca, volví a mi lecho de paja y me
tumbé a reposar y a dormir. La verdad es que dormía más bien poco,
cosa que achacaba al no comer, porque, desde luego, no eran las
preocupaciones del rey de Francia lo que me quitaba el sueño.29
Al
día siguiente mi amo vio el daño del pan y el agujero que yo había
hecho, y comenzó a mandar al diablo los ratones.
—¿Qué
explicación tiene esto? —decía—. ¡Nunca había sentido a los
ratones en esta casa hasta ahora!
Y
decía la verdad, sin duda, porque si en el reino había alguna casa
libre de ratones, ésa era la suya, pues ya se sabe que los ratones
no suelen morar30 donde no hay qué comer.
El
clérigo volvió a buscar más clavos por toda la casa y tablillas
para tapar los agujeros. Y en cuanto llegaba la noche y el descanso,
en seguida estaba yo en pie con mi cuchillo, de manera que
cuantos
agujeros tapaba él de día, los destapaba yo de noche.
Por
la manera en que lo hacíamos y la prisa que nos dábamos se debió
de decir aquello de que «donde una puerta se cierra, otra se abre».
En fin, que parecía que tejíamos a destajo la tela de Penélope,
pues cuanto él tejía de día, lo rompía yo de noche.31
Y así, en unos pocos días y noches dejamos la pobre despensa
tan llena de clavos y tachuelas que parecía una vieja coraza32
más que un
arca.
Cuando
mi amo vio que de nada le servía su remedio, me dijo:
—Este arcón está tan maltratado y es de madera tan vieja y
endeble, que no se defiende de ningún ratón. Y si seguimos así, no
valdrá para guardar nada. Pero no me puedo desprender de él, pues,
aunque sirve de poco, algún servicio hace, porque si no lotuviera me
tendría que gastar tres o cuatro reales en uno nuevo. En adelante el
mejor remedio contra los malditos ratones será ponerles dentro una
trampa.
Pidió
una ratonera y unas cortezas de queso prestadas a los vecinos, y dejó
el gato33 armado de continuo dentro del arcón.
Esto fue para mí un auxilio extraordinario, porque aunque yo no
necesitaba muchas salsas en la comida,34 disfrutaba
con las cortezas del queso que sacaba de la ratonera. Y además de
esto, no perdonaba ratonar los panecillos.
El
clérigo encontraba el pan ratonado y el queso comido, pero el ratón
no caía en la trampa; de manera que se desesperaba, y preguntaba a
los vecinos cómo podía ser eso de que el ratón se
comiera
las cortezas de queso y saliera de la ratonera sin quedarse atrapado,
pese a haber caído la trampilla del gato.
Los
vecinos llegaron a la conclusión de que no era un ratón el que
hacía este daño, porque era imposible que no hubiera caído al
menos una vez en la trampa. Un vecino dijo a mi amo:
—Me
acuerdo de que en vuestra casa solía andar una culebra. Sin duda que
debe ser ella la culpable. Y claro, como es larga, toma el cebo, y
aunque se le caiga encima la trampilla, como no entra entera dentro
de la trampa, vuelve a salir.
Lo
que dijo este vecino pareció razonable a todos y alteró mucho a mi
amo, y desde entonces ya no dormía tan a pierna suelta, pues
cualquier gusano de la madera que sonase de noche, pensaba que era la
culebra que le estaba royendo el arca. Y al instante se ponía en
pie, cogía un garrote que, desde que le dijeron lo dedel arca
grandes garrotazos para espantar la culebra. Hacía tal estruendo que
despertaba a los vecinos, y a mí no me dejaba dormir. Luego venía
a mi lecho y revolvía entre las pajas, y a mí con ellas, pensando
que la culebra se había ocultado entre la paja o entre mi ropa,
porque la gente le decía que estos animales buscan calor de noche, y
por eso van a las cunas de los niños, y a veces los muerden y los
hacen peligrar.35 Yo las más de las veces me
hacía el dormido.
Por
las mañanas, me decía mi amo:
—Lázaro,
¿no has oído nada esta noche? Pues anduve tras la culebra. Creo que
irá a meterse en tu cama, porque son muy frías y buscan calor.
—Dios
quiera que no me muerda —contestaba yo—, porque le tengo mucho
miedo.
Por
todo esto, mi amo andaba tan falto de sueño, que la culebra —o el
culebro, para ser más exactos— no se atrevía a levantarse para
roer algo del arca. Pero de día, mientras el clérigo estaba en la
iglesia o andaba por el pueblo, yo hacía mis asaltos. Cuando
regresaba, veía los daños y el poco remedio que podía poner, así
que, en cuanto llegaba la noche, como ya he dicho, andaba por la casa
como un trasgo.36
Yo
empecé a temer que con aquellas diligencias nocturnas encontrase la
llave que tenía debajo de las pajas, así que me pareció más
seguro metérmela de noche en la boca. Porque desde que viví con el
ciego, mi boca se convirtió en una bolsa donde llegué a guardar
hasta doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me
estorbasen para comer.3' Era la única manera de
tener una moneda, porque a menudo el maldito ciego no me dejaba
costura ni remiendo sin rebuscar.

Yo
debí dar algunos quejidos de dolor, y entonces mi amo, según contó
luego, se dio cuenta de que había descargado sobre mí el terrible
golpe. Empezó a llamarme a voces para despertarme y, al tocarme,
notó en las manos la mucha sangre que perdía y advirtió el daño
que me había hecho. A toda prisa fue a buscar lumbre, volvió con
una vela y me halló lamentándome, todavía con media llave en la
boca y la otra media fuera, porque nunca la había desamparado del
todo. La llave estaba, más o menos, como cuando silbaba.
El
matador de culebras miró con sorpresa la llave, me la sacó entera
de la boca, y entonces se dio cuenta de que las muescas eran iguales
a las de la llave de su arca. Fue a probarla, y comprobó la
fechoría.38 El cruel cazador debió decirse: «Ya
he encontrado el ratón y la culebra que me daban guerra y se comían
todas mis posesiones».
De
lo que sucedió en los tres días siguientes no puedo asegurar nada,
porque los pasé sepultado en el vientre de la ballena.39
Pero doy fe de lo que acabo de contar, porque, después de
volver en mí, oí a mi amo relatarlo con mucho detalle a todos los
que venían por casa.
Al
cabo de tres días recobré el sentido y me vi echado en mis pajas,
con toda la cabeza cubierta de emplastos40 de
aceite y ungüentos.
Lleno
de espanto, pregunté:
—¿Qué
es esto?
—En
verdad —me respondió el cruel sacerdote—, que ya he cazado los
ratones y culebras que me robaban.
Me
vi tan maltratado que en seguida sospeché mi mal.
En
esto entró una vieja que hacía ensalmos,41
acompañada de varios
vecinos, y empezaron a quitarme los trapos de la cabeza y a curarme
el garrotazo. Y al ver que había recobrado el sentido, se
alegraron
mucho y me dijeron:
—Ya
ha vuelto en sí, de manera que esto no será nada. Dios lo quiera.
Volvieron
a hablar de mis males y a reírse, y yo, desdichado de mí, a
llorarlos. Pero al menos me dieron de comer, porque estaba muerto de
hambre, aunque apenas me pudieron remediar. Y así,
poco
a poco, a los quince días me levanté del lecho y estuve fuera de
peligro, medio sano, pero con hambre.
Al
día siguiente de ponerme en pie, el señor mi amo me cogió de la
mano y me sacó fuera de casa, y ya en la calle, me dijo:
—Lázaro,
desde hoy eres libre. Ya no estás a mi servicio. Así que búscate
otro amo y vete con Dios. Yo no quiero en mi compañía un criado tan
diligente como tú. Tienes que haber sido mozo de ciego. Si no, no me
lo explico.
Y
se santiguó como si yo estuviera endemoniado. Luego se metió en
casa y cerró la puerta.
1
Maqueda se encuentra entre Escalona y Torrijos; por tanto, Lázaro
desanda en parte el camino.
2
clérigo: sacerdote.
3
El emperador Alejandro Magno (356-323 a.C.) era tenido por modelo de
generosidad.
4
Esto es, 'la vestimenta de los clérigos', que tenía las mangas muy
estrechas. De los tacaños se decía que tenían «la manga estrecha»
(hoy diríamos «el puño cerrado»).
5
Las mujeres solían entregar un pan o bollo como ofrenda a la
iglesia.
6
El tocino y los embutidos se ponían a secar al humo de la chimenea.
7
golosinear, comer algo muy apetitoso pero de poco alimento.
8
Eran famosos los dulces y las conservas de Valencia.
9
tasa: cantidad asignada, ración.
10
Durante la misa, mientras el sacerdote ofrecía a Dios la hostia y el
vino (el ofertorio), los feligreses hacían su ofrenda a la iglesia,
depositando monedas en un cestito.
11
El azogue o mercurio suele formar unas bolitas.
12
cofradías-, 'reuniones de sacerdotes'. Por otro lado, durante los
velatorios o tras el entierro,
la
familia del difunto solía ofrecer a los asistentes algo de comer y
beber.
13
extremauncióji: sacramento dado a los moribundos para prepararles a
bien morir.
14
Esto es, 'lo maldecía', aunque aquí, l o enviaba al infierno', 'le
deseaba la muerte'.
15
calderero: persona que hacía y vendía sartenes y calderos de cobre
y hierro.
16
Esto es, 'paraíso de panes'.
17
en dos credos: en un santiamén. El credo es una oración.
18
Lázaro invoca a San Juan porque este santo era el patrón de los
criados.
19
Los monteros usaban flechas muy puntiagudas para traspasar con más
facilidad la piel gruesa y dura de algunos animales.
20
A lo largo de este pasaje, Lázaro usa un lenguaje religioso para
referirse al pan y al arca.
21
gragea: trocito de confitura en forma de pequeño grano redondo.
22
ratonados: mordidos o roídos por los ratones.
23
Lázaro se lamenta de la brevedad de los placeres de la vida del
mismo modo que Jorge Manrique en sus Coplas: «¡Cuán presto se va
el placer!», escribió el poeta.
24
diligencia-, cuidado, interés y prontitud con que se hace algo.
25
solícito', cuidadoso, diligente.
26
esgrimidor, el que con la espada deja una señal al contrario pero no
lo hiere.
27
barrena: instrumento que sirve para hacer agujeros.
28
llagada: 'herida', puesto que está agujereada. Lázaro compara el
arca con el cuerpo de Jesucristo en la cruz, que, ya sin vida, fue
atravesado por una lanza en el costado.
29
El rey de Francia Francisco I fue derrotado en 1525 por Carlos V y
encarcelado en
Madrid
durante un año.
30
morar, habitar.
31
El que trabaja a destajo produce mucho porque cobra por hora o pieza
terminada. Por otro lado, en la Odisea del griego Homero se cuenta
que, ante la larga ausencia de su marido Ulises, Penélope es
asediada por numerosos pretendientes hasta que al fin promete casarse
con uno de ellos en cuanto acabe de tejer una túnica. Para retrasar
su elección, destejía de noche lo que tejía de día.
32
Lázaro dice que el arca (lapobre despensa) parece una vieja coraza
(la armadura que cubre el pecho)
33
gato: ratonera.
34
Porque dice el refrán que «la mejor salsa es el hambre».
35
peligrar: 'correr riesgo de perder la vida'. El comentario de la
gente sobre las culebras
obedece
a una creencia popular.
36
El trasgo o duende es un espíritu o diablillo que hace travesuras en
las casas.
37
Es decir, que Lázaro llegaba a meterse en la boca entre 48 y 60
monedas.
38
fechoría: mala acción.
39
En la Biblia se cuenta que el profeta Jonás pasó tres días en el
vientre de una ballena. De manera indirecta, el protagonista puede
referirse también a otro episodio bíblico en que Jesucristo
resucitó a su amigo Lázaro, que llevaba tres días muerto.
40
emplasto', pomada que se aplica sobre las heridas.
41
hacía ensalmos: curaba diciendo oraciones, haciendo cruces sobre las
heridas y poniendo sobre ellas pomadas y aceite.
CUESTIONES
1.- ¿Por qué Lázaro dice: "escapé del trueno y di en el relámpago"?
2.- ¿En qué consistía el sustento diario de Lázaro?
3.- ¿Por qué Lázaro siente remordimientos en los velatorios?
4.- ¿Cómo accede Lázaro al interior del arca?
5.- ¿Qué explicación da el pícaro Lázaro a su amo respecto a la falta de pan?
6.- ¿Qué opinan los vecinos al respecto?
7.- ¿En qué se beneficia Lázaro de las ratoneras?
8.- ¿Cómo descubre el clérigo la argucia de su criado?