lunes, 11 de junio de 2012

Tres sombreros de copa


DON SACRAMENTO. (Dentro) ¡Dionisio! ¡Dionisio! ¡Abra! ¡Soy yo! ¡Soy don Sacramento!...
DIONISIO. Sí... Ya voy... (Abre. Entra don Sacramento, con levita, sombrero de copa y un paraguas.) ¡Don Sacramento!
DON SACRAMENTO. ¡Caballero! ¡Mi niña está triste! Mi niña cien veces llamó por
teléfono, sin que usted contestase a sus llamadas. La niña está triste y la niña llora. La niña pensó que usted se había muerto. La niña está pálida... ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?...
DIONISIO. Yo salí a la calle, don Sacramento... Me dolía la cabeza... no podía dormir... Salí a pasear bajo la lluvia. Y en la misma calle, di dos o tres vueltas... Por eso yo no oí que ella me llamaba... ¡Pobre Margarita!... ¡Cómo habrá sufrido!
DON SACRAMENTO. La niña está triste. La niña está triste y la niña llora. La niña
está pálida. ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?...
DIONISIO. Don Sacramento... ya se lo he dicho... Yo salí a la calle... No podía dormir.
DON SACRAMENTO. La niña se desmayó en el sofá malva de la sala rosa... ¡Ella creyó que usted se había muerto! ¿Por qué salió usted a la calle a pasear bajo la lluvia?...
DIONISIO. Me dolía la cabeza, don Sacramento.
DON SACRAMENTO. ¡Las personas decentes no salen por la noche a pasear bajo la lluvia!... ¡Usted es un bohemio, caballero!
DIONISIO. No, señor.
DON SACRAMENTO. ¡Sí! ¡Usted es un bohemio, caballero! ¡Sólo los bohemios salen a pasear de noche por las calles!
DIONISIO. ¡Es que me dolía mucho la cabeza!
DON SACRAMENTO. Usted debió ponerse dos ruedas de patata en las sienes...
DIONISIO. Yo no tenía patatas...
DON SACRAMENTO. ¿Lo está usted viendo? ¡Usted es un bohemio, caballero!...
Cuando usted se case con la niña, usted no podrá ser tan desordenado en el vivir. ¿Por qué hay lana de colchón en el suelo? ¿Por qué hay papeles? ¿Por qué hay latas de sardinas vacías? (Cogiendo la carraca que estaba en el sofá.) ¿Qué hace aquí esta carraca? (Y se queda con ella, distraído, en la mano. Y, de cuando en cuando, la hará sonar mientras habla.)
DIONISIO. Los cuartos de los hoteles modestos son así... Y éste es un hotel modesto... ¡Usted lo comprenderá, don Sacramento!...
DON SACRAMENTO.–Usted tendrá que ser ordenado... ¡Usted vivirá en mi casa, y mi casa es una casa honrada! ¡Usted no podrá salir por las noches a pasear bajo la lluvia! Usted, además, tendrá que levantarse a las seis y cuarto para desayunar a las seis y media un huevo frito con pan...
DIONISIO.–A mí no me gustan los huevos fritos...
DON SACRAMENTO.–¡A las personas honorables les tienen que gustar los huevos fritos, señor mío! Toda mi familia ha tomado siempre huevos fritos para desayunar... Solo los bohemios toman café con leche y pan con manteca.
DIONISIO.– Pero es que a mÍ me gustan más pasados por agua... ¿No me los podrían ustedes hacer pasados por agua...?
DON SACRAMENTO.– No sé. No sé. Eso lo tendremos que consultar con mi señora. Si ella lo permite, yo no pondré inconveniente alguno. ¡Pero le advierto a usted que mi señora no tolera caprichos con la comida...!
DIONISIO.– (Ya casi llorando.) ¡Pero yo qué le voy a hacer si me gustan más pasados por agua, hombre!
DON SACRAMENTO.–Nada de cines, ¿eh?... Nada de teatros. Nada de bohemia... A las siete, la cena... Y después de la cena, los jueves y los domingos, haremos una pequeña juerga. (Picaresco.) Porque también el espíritu necesita expansionarse, ¡qué diablo! (En ese momento se le descompone la carraca que estaba tocando. Y se queda muy preocupado.) ¡Se habrá descompuesto!...
DIONISIO.–(La coge y se la arregla.) Es así. (Y se la vuelve a dar a DON SACRAMENTO, que, muy contento, la toca de cuando en cuando.) La niña los domingos tocará el piano, DIONISIO... Tocará el piano, y quizá, quizá, si estamos en vena, quizá recibamos alguna visita... Personas honradas, desde luego... Por ejemplo, haré que vaya el señor Smith... Usted se hará en seguida amigo suyo y pasará charlando con él muy buenos ratos... El señor Smith es una persona muy conocida... Su retrato ha aparecido en todos los periódicos del mundo... ¡Es el centenario más famoso de la población! Acaba de cumplir ciento veinte años y aún conserva cinco dientes... ¡Usted se pasará hablando con él toda la noche!... Y también irá su señora...
DIONISIO.–¿Y cuántos dientes tiene su señora?
DON SACRAMENTO.–¡ Oh, ella no tiene ninguno! Los perdió todos cuando se cayó por aquella escalera, y quedó paralítica para toda su vida, sin poderse levantar de su sillón de ruedas... ¡Usted pasará grandes ratos charlando con este matrimonio encantador!...
DIONISIO.– Pero, ¿y si se me mueren cuando estoy hablando con ellos? ¿Qué hago yo, Dios mío?