DON
SACRAMENTO. (Dentro) ¡Dionisio! ¡Dionisio! ¡Abra! ¡Soy yo!
¡Soy don Sacramento!...
DIONISIO.
Sí... Ya voy... (Abre. Entra don Sacramento, con levita, sombrero
de copa y un paraguas.) ¡Don Sacramento!
DON
SACRAMENTO. ¡Caballero! ¡Mi niña está triste! Mi niña cien veces
llamó por
teléfono,
sin que usted contestase a sus llamadas. La niña está triste y la
niña llora. La niña pensó que usted se había muerto. La niña
está pálida... ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?...
DIONISIO.
Yo salí a la calle, don Sacramento... Me dolía la cabeza... no
podía dormir... Salí a pasear bajo la lluvia. Y en la misma calle,
di dos o tres vueltas... Por eso yo no oí que ella me llamaba...
¡Pobre Margarita!... ¡Cómo habrá sufrido!
DON
SACRAMENTO. La niña está triste. La niña está triste y la niña
llora. La niña
está
pálida. ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?...
DIONISIO.
Don Sacramento... ya se lo he
dicho... Yo salí a la calle... No podía dormir.
DON
SACRAMENTO. La niña se desmayó en el sofá malva de la sala rosa...
¡Ella creyó que usted se había muerto! ¿Por qué salió usted a
la calle a pasear bajo la lluvia?...
DIONISIO.
Me dolía la cabeza, don Sacramento.
DON
SACRAMENTO. ¡Las personas decentes no salen por la noche a pasear
bajo la lluvia!... ¡Usted es un bohemio, caballero!
DIONISIO.
No, señor.
DON
SACRAMENTO. ¡Sí! ¡Usted es un bohemio, caballero! ¡Sólo los
bohemios salen a pasear de noche por las calles!
DIONISIO.
¡Es que me dolía mucho la cabeza!
DON
SACRAMENTO. Usted debió ponerse dos ruedas de patata en las
sienes...
DIONISIO.
Yo no tenía patatas...
DON
SACRAMENTO. ¿Lo está usted viendo? ¡Usted es un bohemio,
caballero!...
Cuando
usted se case con la niña, usted no podrá ser tan desordenado en el
vivir. ¿Por qué hay lana de colchón en el suelo? ¿Por qué hay
papeles? ¿Por qué hay latas de sardinas vacías? (Cogiendo la
carraca que estaba en el sofá.) ¿Qué hace aquí esta carraca?
(Y se queda con ella, distraído, en la mano. Y, de cuando en
cuando, la hará sonar mientras habla.)
DIONISIO.
Los cuartos de los hoteles modestos son así... Y éste es un hotel
modesto... ¡Usted lo comprenderá, don Sacramento!...
DON
SACRAMENTO.–Usted tendrá que ser ordenado... ¡Usted vivirá en mi
casa, y mi casa es una casa honrada! ¡Usted no podrá salir por las
noches a pasear bajo la lluvia! Usted, además, tendrá que
levantarse a las seis y cuarto para desayunar a las seis y media un
huevo frito con pan...
DIONISIO.–A
mí no me gustan los huevos fritos...
DON
SACRAMENTO.–¡A las personas honorables les tienen que gustar los
huevos fritos, señor mío! Toda mi familia ha tomado siempre huevos
fritos para desayunar... Solo los bohemios toman café con leche y
pan con manteca.
DIONISIO.– Pero es que a mÍ me gustan más pasados por agua... ¿No me los podrían ustedes hacer pasados por agua...?
DIONISIO.– Pero es que a mÍ me gustan más pasados por agua... ¿No me los podrían ustedes hacer pasados por agua...?
DON
SACRAMENTO.– No sé. No sé. Eso lo tendremos que consultar con mi
señora. Si ella lo permite, yo no pondré inconveniente alguno.
¡Pero le advierto a usted que mi señora no tolera caprichos con la
comida...!
DIONISIO.–
(Ya casi llorando.) ¡Pero yo qué le voy a hacer si me gustan
más pasados por agua, hombre!
DON
SACRAMENTO.–Nada de cines, ¿eh?... Nada de teatros. Nada de
bohemia... A las siete, la cena... Y después de la cena, los jueves
y los domingos, haremos una pequeña juerga. (Picaresco.)
Porque también el espíritu necesita expansionarse, ¡qué diablo!
(En ese momento se le descompone la carraca que estaba tocando. Y
se queda muy preocupado.) ¡Se habrá descompuesto!...
DIONISIO.–(La
coge y se la arregla.) Es así. (Y se la vuelve a dar a DON
SACRAMENTO, que, muy contento, la toca de cuando en cuando.) La
niña los domingos tocará el piano, DIONISIO... Tocará el piano, y
quizá, quizá, si estamos en vena, quizá recibamos alguna visita...
Personas honradas, desde luego... Por ejemplo, haré que vaya el
señor Smith... Usted se hará en seguida amigo suyo y pasará
charlando con él muy buenos ratos... El señor Smith es una persona
muy conocida... Su retrato ha aparecido en todos los periódicos del
mundo... ¡Es el centenario más famoso de la población! Acaba de
cumplir ciento veinte años y aún conserva cinco dientes... ¡Usted
se pasará hablando con él toda la noche!... Y también irá su
señora...
DIONISIO.–¿Y
cuántos dientes tiene su señora?
DON
SACRAMENTO.–¡ Oh, ella no tiene ninguno! Los perdió todos cuando
se cayó por aquella escalera, y quedó paralítica para toda su
vida, sin poderse levantar de su sillón de ruedas... ¡Usted pasará
grandes ratos charlando con este matrimonio encantador!...
DIONISIO.–
Pero, ¿y si se me mueren cuando estoy hablando con ellos? ¿Qué
hago yo, Dios mío?