Alquilé
una gran habitación lejos de Broadway, en un edificio grande y viejo
cuyos pisos superiores habían estado vacíos por años... hasta que
yo llegué. El lugar había sido ganado hacía tiempo por el polvo y
las telarañas, por la soledad y el silencio. La primera noche que
subí a mis aposentos me pareció estar a tientas entre tumbas e
invadiendo la privacidad de los muertos. Por primera vez en mi vida
me dio un pavor supersticioso; y como si una invisible tela de araña
hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí como alguien
que se encuentra con un fantasma.
Una
vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y expulsé la oscuridad.
Un alegre fuego ardía en la chimenea, y me senté frente al mismo
con reconfortante sensación de alivio. Estuve así durante dos
horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas e
invocando rostros medio olvidados a través de las nieblas del
pasado; escuchando, en mi fantasía, voces que tiempo ha fueron
silenciadas para siempre, y canciones una vez familiares que hoy en
día ya nadie canta. Y cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio
patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió en un gemido, el
furioso latido de la lluvia contra las ventanas se acalló y uno a
uno los ruidos en la calle se comenzaron a silenciar, hasta que los
apresurados pasos del último paseante rezagado murieron en la
distancia y ya ningún sonido se hizo audible. El fuego se estaba
extinguiendo. Una sensación de soledad se cebó en mí. Me levanté
y me desvestí moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo
todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos dormidos
cuyos descansos fuera fatal suspender. Me acosté y me tendí a
escuchar la lluvia y el viento y los distantes sonidos de las
persianas, hasta que me adormecí.
Me
dormí profundamente, pero no sé por cuánto tiempo. De repente, me
desperté, estremecido. Todo estaba en calma. Todo, a excepción de
mi corazón: podía escuchar mi propio latido. En ese momento las
frazadas y colchas comenzaron a deslizarse lentamente hacia los pies
de la cama, ¡cómo si alguien estuviera halándolas! No podía
moverme, no podía hablar. Los cobertores se habían deslizado hasta
que mi pecho quedó al descubierto. Entonces, con un gran esfuerzo,
los aferré y los subí nuevamente hasta mi cabeza. Esperé, escuché,
esperé. Una vez más comenzó el firme halón. Al final arrebaté
los cobertores nuevamente a su lugar, y los así con fuerza. Esperé.
Luego sentí nuevos tirones, y la cosa renovó sus fuerzas. El tirón
se afianzó con firme tensión; a cada momento se hacía más fuerte.
Mi fuerza cesó, y por tercera vez las frazadas se alejaron. Gemí.
¡Y un gemido de respuesta vino desde los pies de la cama! Gruesas
gotas de sudor comenzaron a poblar mis sienes. Estaba más muerto que
vivo. Escuché unos fuertes pasos en el cuarto -como si fuera el paso
de un elefante, eso me pareció- y no era nada humano. Pero era como
si se alejara de mí. Lo escuché aproximándose a la puerta,
traspasándola sin mover cerrojo o cerradura, y deambular por los
tétricos pasillos, tensando el piso de madera y haciendo crujir las
vigas a su paso. Luego de eso, el silencio reinó una vez más.
Cuando
mi excitación se calmó, me dije a mí mismo: "Esto ha sido un
sueño, simplemente un horrendo sueño." Y me quedé pensando
eso hasta que me convencí que había sido solo una pesadilla, y
entonces me relajé lo suficiente como para reír un poco y estuve
feliz de nuevo. Me levanté y encendí una luz; y cuando revisé la
puerta, vi que la cerradura y el cerrojo estaban como los había
dejado. Otra serena sonrisa fluyó desde mi corazón y se ondeó en
mis labios. Tomé mi pipa y la encendí, y cuando estaba ya sentado
frente al fuego, ¡la pipa se me cayó de entre los dedos, la sangre
se fue de mis mejillas, y mi plácida respiración se detuvo y quedé
sin aliento! Entre las cenizas del fuego, a un costado de mi propias
huellas, había otra, tan vasta en comparación que las mías
parecían las de un infante. Entonces, había habido un visitante, y
las pisadas del elefante quedaban demostradas.
Apagué
la luz y regresé a la cama, paralítico de miedo. Me recosté un
largo rato, mirando fijamente en la oscuridad, y escuchando. Percibí
un rechinido más arriba, como si alguien estuviera arrastrando un
cuerpo pesado por el piso; entonces escuché que lanzaban el cuerpo,
y el chasquido de mis ventanas fue la respuesta del golpe. En otras
partes del edificio escuché portazos. A intervalos, también oí
sigilosos pasos, por aquí y por allá, a través de los corredores,
y subiendo y bajando las escaleras. Algunas veces esos ruidos se
acercaban a mi puerta, dubitaban y luego retrocedían. Escuché,
desde pasillos lejanos, el débil sonido de cadenas, los que se iban
acercando paulatinamente a la par que ascendían las escaleras,
marcando cada movimiento con un matraqueo metálico. Escuché
palabras murmurantes; gritos a medias que parecían ser violentamente
sofocados; y el crujido de prendas invisibles. En ese momento fui
conciente de que mi habitación estaba siendo invadida, y de que no
estaba solo. Escuché suspiros y alientos alrededor de mi cama, y
misteriosos murmullos. Tres pequeñas esferas de suave fosforescencia
aparecieron en el techo, directamente sobre mi cabeza, brillando
durante un instante, para luego dejarse caer... dos de ellas sobre mi
cara, y una sobre la almohada. Me salpicaron con algo líquido y
cálido. La intuición me dijo que podría ser sangre; no necesitaba
luz para darme cuenta de ello. Entonces vi rostros pálidos,
levemente luminosos, y manos blancas, flotando en el aire, como sin
cuerpos; flotando en un momento, para luego desaparecer. El murmullo
cesó, lo mismo que las voces y los sonidos, y una solemne calma
siguió. Esperé y escuché. Sentí que tenía que encender una luz o
moriría. Estaba debilitado por el temor. Lentamente me alcé hasta
sentarme, ¡y mi rostro entró en contacto con una mano viscosa!
Todas mis fuerzas me abandonaron de repente, y me caí como si fuera
un inválido. Entonces escuché el susurro de una tela; pareció como
si hubiera pasado la puerta y salido.
Cuando
todo se calmó una vez más, salí de la cama, enfermo y enclenque, y
encendí la luz de gas con una mano tan trémula como si fuera de una
persona de cien años. La luz le dio algo de alegría a mi espíritu.
Me senté y quedé contemplando las grandes huellas en las cenizas.
Las miré mientras la llama del gas se ponía mustia. En ese mismo
momento volví a escuchar el paso elefantino. Noté su aproximación,
cada vez más cerca, por el vestíbulo, mientras la luz se iba
extinguiendo poco a poco. Los ruidos llegaron hasta mi puerta e
hicieron una pausa; la luz ya había menguado hasta convertirse en
una mórbida llama azul, y todas las cosas a mi alrededor tenían un
aspecto espectral. La puerta no se abrió; sin embargo, sentí en el
rostro una leve bocanada de aire. En ese momento fui conciente que
una presencia enorme y gris estaba frente a mí. Miré con ojos
fascinados. Había una luminosidad pálida sobre la Cosa;
gradualmente sus pliegues oscuros comenzaron a tomar forma; apareció
una mano, luego unas piernas, un cuerpo, y al final una gran cara de
tristeza surgió del vapor. ¡Limpio de su cobertura, desnudo,
muscular y bello, el majestuoso Gigante de Cardiff apareció ante
mí!
Todo mi miseria desapareció, ya que de niño sabía que ningún daño podría esperar de tan benigno semblante. Mi alegría regresó una vez más a mi espíritu, y en simpatía con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente. Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía como yo al saludar al amigable gigante. Dije:
Todo mi miseria desapareció, ya que de niño sabía que ningún daño podría esperar de tan benigno semblante. Mi alegría regresó una vez más a mi espíritu, y en simpatía con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente. Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía como yo al saludar al amigable gigante. Dije:
-¿Nada
más que tú? ¿Sabes que me he pegado un susto de muerte durante las
últimas dos o tres horas? Estoy más que feliz de verte. Desearía
tener una silla, aquí, aquí. ¡No trates de sentarte en esa cosa!
Pero
ya era tarde. Se había sentado antes que pudiera detenerlo; nunca vi
una silla estremecerse así en toda mi vida.
-Detente,
detente o arruinarás todo.
De
nuevo muy tarde. Hubo otro destrozo, y otra silla fue reducida a sus
elementos originales.
-¡Al
infierno! ¿Es que no tienes juicio? ¿Deseas arruinar todo el
mobiliario de este lugar? Aquí, aquí, tonto petrificado.
Pero
fue inútil, antes que pudiera detenerlo, ya se había sentado en la
cama, y esta era ya una melancólica ruina.
-¿Qué
clase de conducta es esta? Primero vienes pesadamente aquí trayendo
una legión de fantasmas vagabundos para intranquilizarme, y luego
tengo que pasar por alto tal falta de delicadeza que no sería
tolerada por ninguna persona de cultura elevada excepto en un teatro
respetable, y no contento con la desnudez de tu sexo, me compensas
destrozando todo el mobiliario mientras buscas lugar dónde sentarte.
Tú te dañas a ti mismo tanto como a mí. Te has lastimado el final
de tu columna vertebral, y has dejado el piso sembrado de astillas de
tus destrozos. Deberías estar avergonzado, ya eres bastante grande
como para saber las cosas.
-Está
bien, no romperé más muebles. Pero ¿qué puedo hacer? No he tenido
la oportunidad de sentarme desde hace cien años.
Y
las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
-Pobre
diablo -dije- no debería haber sido tan rudo contigo. Eres un
huérfano, sin duda. Pero siéntate en el piso, aquí, ninguna otra
cosa aguantará tu peso.
Así
que se sentó en el piso y encendí una pipa que me dio, le di una de
mis mantas y se la puso sobre los hombros, le puse mi bañera
invertida en la cabeza, a modo de casco, y lo puse a sentir
confortable. Entonces él cruzó las piernas mientras yo avivé el
fuego y acerqué las prodigiosas formas de sus pies al calor.
-¿Qué
pasa con las plantas de tus pies y la parte anterior de tus piernas,
que parecen cinceladas?
-¡Sabañones
infernales! Los agarré estando en la granja Newell. Amo ese lugar
como si fuera mi viejo hogar. No hay para mí nada como la
tranquilidad que siento cuando estoy ahí.
Hablamos
durante media hora, y luego noté que se veía cansado, y se lo dije.
-¿Cansado?
-dijo-. Bueno, debería estarlo. Y ahora te diré todo, ya que me has
tratado tan bien. Soy el espíritu del Hombre Petrificado que yace
sobre la calle que va al museo. Soy el fantasma del Gigante de
Cardiff. No puedo tener descanso, no puedo tener paz, hasta que
alguien dé a mi pobre cuerpo una sepultura. ¿Qué es lo más
natural que puedo hacer para que los hombres satisfagan ese deseo?
¡Aterrorizarlos, encantar el lugar donde descansan! Así que embrujé
el museo noche tras noche. Hasta tuve la ayuda de otros espectros.
Pero no hice bien, porque nadie se atrevía luego a ir al museo a
medianoche. Entonces se me ocurrió acechar un poco este lugar. Sentí
que si escuchaba gritos, tendría éxito, así que recluté a las más
eficientes almas que la perdición pudiera proveer. Noche tras noche
estuvimos estremeciendo estas enmohecidas recámaras, arrastrando
cadenas, gruñendo, murmurando, deambulando, subiendo y bajando
escaleras, hasta que, para decir la verdad, me cansé de hacerlo.
Pero cuando vi una luz en tu cuarto esta noche, recuperé mis
energías nuevamente y salí con la frescura original. Pero estoy
cansado, enteramente agotado. ¡Dame, te imploro, dame alguna
esperanza!
Encendido
por un estallido de excitación, exclamé:
-¡Esto
sobrepasa todo, todo lo ocurrido! ¿Por qué tú, pobre fósil
antiguo, te tomas tantas preocupaciones por nada? ¡Has estado
acechando una efigie de yeso de ti mismo, ya que el verdadero Gigante
de Cardiff está en Albany! ¡Demonios! ¿No sabes en dónde están
tus propios restos?
Nunca
vi tan elocuente mirada de vergüenza, de lastimera humillación. El
Hombre Petrificado se levantó lentamente y dijo:
-Honestamente,
¿es eso cierto?
-Tan
cierto como que estoy aquí sentado.
Sacó
la pipa de su boca y la dejó en el mantel, luego se irguió
dubitativamente (de manera inconsciente, por algún viejo hábito,
llevó sus manos hasta donde los bolsillos de sus pantalones deberían
haber estado, y de forma meditativa dejó caer su barbilla en su
pecho) y finalmente dijo:
-Bien,
nunca antes me sentí tan absurdo. ¡El Hombre Petrificado ha sido
vendido a alguien más, y ahora el peor fraude ha terminado vendiendo
su propio fantasma! Hijo mío, si alguna caridad queda en tu corazón
por un pobre fantasma sin amigos como yo, por favor no dejes que esto
se sepa. Piensa cómo te sentirías si te hubieras puesto tú mismo
en ridículo también.
Escuché
esto, y el bribón se fue retirando lentamente, paso a paso bajó las
escaleras y salió a la calle desierta; me sentí triste de que se
hubiera ido, pobre tipo, y también porque se llevó mi manta y mi
bañera.
FIN