lunes, 18 de abril de 2016

Deberes 2º Bachillerato

Lee el siguiente texto (PAU xuño 2012, opción B)

¿Qué consuelo hay para el aficionado cuyo equipo acaba de perder un partido enorme? ¿Qué remedio para el que presiente de golpe que sus sueños de gloria se esfuman?
 
Una opción es recurrir a la filosofía, refugio al que suele intentar agarrarse el que sufre las penas del desamor. Que lo bailado nadie te lo quita, que es mejor haber amado y perdido que no haber amado jamás... Bien, fenomenal. Pero pura mentira. El valor curativo de la sabiduría para el aficionado caído es el de la aspirina para una bala al corazón.
 
¿Qué más? Pues queda la lógica, queda reflexionar sobre lo absurdo que es atar la felicidad o la desgracia a 11 personas que nunca has conocido, y que no tienen ningún interés en conocerte a ti, porque salen a correr detrás de una pelota durante 90 minutos vistiendo unos colores con los que, por el azar de la vida, has optado identificarte. Queda el deseo de convencerte de que medir tu valor personal en función de la victoria o la derrota de los susodichos 11 es una locura.
 
Pues sí, algo de verdad hay en esto. Si no fuera porque semejante aflicción se comparte con tantos más, si la enfermedad futbolera no tuviera condición de ortodoxia social, sería tema para el psiquiatra. Es perfectamente posible que de ahora a unos siglos los historiadores observen nuestro comportamiento ante el espectáculo del fútbol como el de una civilización descerebrada, semejante a la visión que tenemos de los fans romanos en el Coliseo, ávidos ellos de que en el gran derbi de la temporada el gladiador de la cinta blanca decapite al de la cinta morada o de que los leones se coman a los cristianos.
 
Puedes subirte al tren de la racionalidad, cómo no, y durante el rato que te mantengas arriba algo te servirá. Pero te detienes un segundo, bajas a la tierra y te miras en el espejo, o pones la tele y te asaltan las noticias deportivas, o lees en el teléfono móvil los tuiteríos festivos de los aficionados del detestado equipo rival, y caes una vez más en el mar helado de la realidad. El autoengaño tiene hora de caducidad. La razón es incapaz de domar al corazón, al menos no en el fútbol, como pretendía Jorge Luis Borges.
 
Decía el argentino que el fútbol era popular porque la estupidez era popular; que despertaba “las peores pasiones..., sobre todo lo que es peor en estos tiempos, el nacionalismo referido al deporte”, y que “la idea de que haya uno que gane y que el otro pierda” era “esencialmente desagradable”.
 
Para habitantes de utopías intelectuales como Borges, estos argumentos serán irrefutables. Pero para la gran mayoría que vivimos en el mundo real y sucumbimos a las pasiones futboleras las agudeces borgianas no nos sirven para nada: es estéril palabrería.
 
John Carlin, El País, 11/12/2011 (fragmento adaptado)
 
 
1.- Define las palabras en negrita, indicando primero el tipo de palabra y usando un sinónimo y además una explicación adecuada al texto. (si hay verbos, define respetando su conjugación)
 
2.- Resume el texto. En ese resumen debe quedar incluido el tema que plantea el texto, la opinión del autor y con qué ejemplos / argumentos defiende su postura
 
3.- Analiza las oraciones subordinadas, indicando qué tipo de subordinada es y qué función desempeñan. Analiza los sintagmas que haya en su interior y las funciones que desempeñen tales sintagmas.
Analiza las palabras subrayadas e indica su función.
Analiza los sintagmas subrayados e indica su función
 
4.- Haz un esquema donde el tema sea. ¿Da sentido el fútbol a nuestra vida? Posiciónate a favor o en contra. Y explica con ejemplos de tu entorno tu opción personal.