Lope de Rueda y los pasos (entremeses)
(Sevilla,
h. 1500 - Córdoba, 1565) Dramaturgo español, que fundó su propia
compañía con la que actuó en diversas ciudades españolas con gran
éxito. Escribió en prosa sus primeras comedias, pero su éxito se
debe a los pasos, precedentes del entremés. Estos se
intercalaban entre los actos de las comedias para entretener al
público, estaban escritos en prosa y son de gran realismo. Presentan
un argumento sencillo, lleno de situaciones cómicos, los personajes
son populares y se expresaban en un lenguaje vivo y coloquial.
Destacan Las aceitunas.
Paso: Las aceitunas (adaptación)
Personajes
TORUVIO, simple, viejo
ÁGUEDA DE TORUÉGANO, su mujer
MENCIGÜELA, su hija
ALOXA, vecino
ÁGUEDA: [...]¡Y qué mojado que venís!
TORUVIO: Vengo hecho una sopa. Mujer, por vida vuestra, dame algo de cenar.
ÁGUEDA: ¿Y qué diablos te voy a dar, si no tengo cosa ninguna?
MENCIGÜELA: ¡Jesús, padre, y qué mojada está la leña!
TOURIVIO: Claro; después tu madre dirá que es del rocío de la mañana.
ÁGUEDA: Corre, muchacha; prepara un par de huevos para que cene tu padre, y hazle luego la cama. Seguro, marido, que no te has acordado de plantar aquel garrote de aceitunas que te rogué que plantaras.
TORUVIO: Pues, ¿en qué me he detenido sino en plantarlo como me rogaste?
ÁGUEDA: ¿Sí? ¿Y en dónde lo plantaste?
TORUVIO: Allí, junto a la higuera, donde, si te acuerdas, en cierta ocasión te di un beso.
MENCIGÜELA: Padre, ya puede venir a cenar, que ya está todo preparado.
ÁGUEDA: Marido, ¿sabéis lo que he pensado? Que aquel garrote de aceitunas que plantaste hoy, de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que poniendo plantas aquí y allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendremos un olivar hecho y derecho.
TORUVIO: Es verdad, mujer, sería lindo .
ÁGUEDA: Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré las aceitunas y vos la acarrearéis con el asnillo y, luego, Mencigüela las venderá en la plaza. Y mira, muchacha, que te mando que no me des el celemín por menos de dos reales castellanos.
TORORUVIO: ¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que eso es un cargo de conciencia y nos recomerá cada día la pena? Bastará con pedir catorce o quince dineros por celemín.
ÁGUEDA: Callad, marido, que las aceitunas son de la variedad de las de Córdoba.
TORUVIO: Pues aunque sean de la casta de las de Córdoba, basta con pedir lo que tengo dicho.
ÁGUEDA: Ahora no me quiebres la cabeza. Mira, muchacha, que te mando que no las des a menos de dos reales castellanos el celemín.
TORUVIO: ¿Cómo que a dos reales castellanos? Ven acá, muchacha, ¿a cómo las venderás?
MENCIGÜELA: A como queráis, padre.
TORUVIO: A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA: Así lo haré, padre.
ÁGUEDA: ¿Cómo que «así lo haré, padre?» Ven acá, muchacha: ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA: A como mandéis, madre.
ÁGUEDA: A dos reales castellanos.
TORUVIO: ¿Cómo que a dos reales castellanos? Te prometo que si no hacéis lo que yo os mando te daré más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir?
MENCIGÜELA: Lo que usted diga, padre.
TORUVIO: A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA: Así lo haré, padre.
ÁGUEDA: ¿Cómo «así lo haré, padre? Toma, toma, haz lo que te mando.
TORUVIO: Dejad a la muchacha.
MENCIGÜELA: ¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata!
ALOXA: ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así la muchacha?
ÁGUEDA: ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere dar las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa. ¡Unas aceitunas que son como nueces!
TORUVIO: Yo juro por los huesos de mi linaje que no son ni aún como piñones.
ÁGUEDA: ¡Sí son!
TORUVIO: ¡No son!
ALOXA: Ahora, señora vecina, hágame el placer de entrar a su casa, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA: Averigüe, averigüe.
ALOXA: Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? Sáquelas aquí afuera, que yo las compraré, aunque sean veinte fanegas.
TORUVIO: Que no, señor; que no es de esa manera que vuestra merced se piensa; que no están las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad.
ALOXA: Pues traedlas aquí, que yo os las compraré todas al precio que fuese justo.
MENCIGÜELA: A dos reales quiere mi madre que se vendan el celemín.
ALOXA: Cara cosa es ésa.
TORUVIO: ¿No le parece a vuestra merced?
MENCIGÜELA: Y mi padre, a quince dineros.
ALOXA: Tráigame una muestra de ellas.
TORUVIO: ¡Válgame Dios, señor! Vuestra merced no me quiere entender. Hoy he yo plantado un garrotillo de aceitunas y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años dará cuatro o cinco fanegas de aceituna y que ella las cogería y que yo la acarrease y la muchacha las vendiese. Y que, por fuerza, había que pedir dos reales por cada celemín. Yo, que no; y ella, que sí. Y sobre esto ha sido la cuestión
ALOXA: ¡Oh, qué graciosa cuestión. Nunca había visto cosa igual. ¡Las aceitunas no están plantadas y ya ha cobrado la muchacha!
MENCIGÜELA: ¿Qué le parece, señor?
TORUVIO: No llores, rapaza. La muchacha, señor, es como el oro. Ahora anda, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo de hacer un regalillo de las primeras aceitunas que se vendan.
ALOXA: Y ahora, andad, vecino; entraos y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO: Adiós, señor.
ALOXA: Por cierto, ¡la de cosas que vemos en esta vida que espantan! Las aceitunas no están plantadas, y ya las hemos visto reñidas.
TORUVIO, simple, viejo
ÁGUEDA DE TORUÉGANO, su mujer
MENCIGÜELA, su hija
ALOXA, vecino
ÁGUEDA: [...]¡Y qué mojado que venís!
TORUVIO: Vengo hecho una sopa. Mujer, por vida vuestra, dame algo de cenar.
ÁGUEDA: ¿Y qué diablos te voy a dar, si no tengo cosa ninguna?
MENCIGÜELA: ¡Jesús, padre, y qué mojada está la leña!
TOURIVIO: Claro; después tu madre dirá que es del rocío de la mañana.
ÁGUEDA: Corre, muchacha; prepara un par de huevos para que cene tu padre, y hazle luego la cama. Seguro, marido, que no te has acordado de plantar aquel garrote de aceitunas que te rogué que plantaras.
TORUVIO: Pues, ¿en qué me he detenido sino en plantarlo como me rogaste?
ÁGUEDA: ¿Sí? ¿Y en dónde lo plantaste?
TORUVIO: Allí, junto a la higuera, donde, si te acuerdas, en cierta ocasión te di un beso.
MENCIGÜELA: Padre, ya puede venir a cenar, que ya está todo preparado.
ÁGUEDA: Marido, ¿sabéis lo que he pensado? Que aquel garrote de aceitunas que plantaste hoy, de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que poniendo plantas aquí y allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendremos un olivar hecho y derecho.
TORUVIO: Es verdad, mujer, sería lindo .
ÁGUEDA: Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré las aceitunas y vos la acarrearéis con el asnillo y, luego, Mencigüela las venderá en la plaza. Y mira, muchacha, que te mando que no me des el celemín por menos de dos reales castellanos.
TORORUVIO: ¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que eso es un cargo de conciencia y nos recomerá cada día la pena? Bastará con pedir catorce o quince dineros por celemín.
ÁGUEDA: Callad, marido, que las aceitunas son de la variedad de las de Córdoba.
TORUVIO: Pues aunque sean de la casta de las de Córdoba, basta con pedir lo que tengo dicho.
ÁGUEDA: Ahora no me quiebres la cabeza. Mira, muchacha, que te mando que no las des a menos de dos reales castellanos el celemín.
TORUVIO: ¿Cómo que a dos reales castellanos? Ven acá, muchacha, ¿a cómo las venderás?
MENCIGÜELA: A como queráis, padre.
TORUVIO: A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA: Así lo haré, padre.
ÁGUEDA: ¿Cómo que «así lo haré, padre?» Ven acá, muchacha: ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA: A como mandéis, madre.
ÁGUEDA: A dos reales castellanos.
TORUVIO: ¿Cómo que a dos reales castellanos? Te prometo que si no hacéis lo que yo os mando te daré más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir?
MENCIGÜELA: Lo que usted diga, padre.
TORUVIO: A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA: Así lo haré, padre.
ÁGUEDA: ¿Cómo «así lo haré, padre? Toma, toma, haz lo que te mando.
TORUVIO: Dejad a la muchacha.
MENCIGÜELA: ¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata!
ALOXA: ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así la muchacha?
ÁGUEDA: ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere dar las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa. ¡Unas aceitunas que son como nueces!
TORUVIO: Yo juro por los huesos de mi linaje que no son ni aún como piñones.
ÁGUEDA: ¡Sí son!
TORUVIO: ¡No son!
ALOXA: Ahora, señora vecina, hágame el placer de entrar a su casa, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA: Averigüe, averigüe.
ALOXA: Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? Sáquelas aquí afuera, que yo las compraré, aunque sean veinte fanegas.
TORUVIO: Que no, señor; que no es de esa manera que vuestra merced se piensa; que no están las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad.
ALOXA: Pues traedlas aquí, que yo os las compraré todas al precio que fuese justo.
MENCIGÜELA: A dos reales quiere mi madre que se vendan el celemín.
ALOXA: Cara cosa es ésa.
TORUVIO: ¿No le parece a vuestra merced?
MENCIGÜELA: Y mi padre, a quince dineros.
ALOXA: Tráigame una muestra de ellas.
TORUVIO: ¡Válgame Dios, señor! Vuestra merced no me quiere entender. Hoy he yo plantado un garrotillo de aceitunas y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años dará cuatro o cinco fanegas de aceituna y que ella las cogería y que yo la acarrease y la muchacha las vendiese. Y que, por fuerza, había que pedir dos reales por cada celemín. Yo, que no; y ella, que sí. Y sobre esto ha sido la cuestión
ALOXA: ¡Oh, qué graciosa cuestión. Nunca había visto cosa igual. ¡Las aceitunas no están plantadas y ya ha cobrado la muchacha!
MENCIGÜELA: ¿Qué le parece, señor?
TORUVIO: No llores, rapaza. La muchacha, señor, es como el oro. Ahora anda, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo de hacer un regalillo de las primeras aceitunas que se vendan.
ALOXA: Y ahora, andad, vecino; entraos y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO: Adiós, señor.
ALOXA: Por cierto, ¡la de cosas que vemos en esta vida que espantan! Las aceitunas no están plantadas, y ya las hemos visto reñidas.